Ayer me sentí extraterrestre. Una palabra me acompañó a lo largo del día: Van Gaal. En el autobús, en el café de la esquina y en la redacción. Y, por supuesto, en la radio y la televisión, que una vez más han demostrado ser sensibles con lo que de verdad preocupa a la ciudadanía.

Dicen que hay países y ciudades en los que hay gente que habla de la guerra que nos amenaza. Se afirma que puede tener consecuencias fatales y de ahí que haya personas a las que les quita el sueño. Aquí debemos ser de otra pasta, pues no se sabe de nadie que sufra insomnio por Irak. Si no fuera por los nombres de Van Gaal y también el de Gaspart, la gente dormiría tranquila. Algunos seguidores del Bar§a sufren pesadillas y se les aparecen de noche. Cuando no es uno es el otro y, a veces, los dos a la vez. La otra noche, una señora fue agredida entre sueños por su exaltado marido, que creyó encontrarse cara a cara con el exentrenador o con el aún presidente. No será de extrañar que alguna pareja acabe en divorcio.

Consciente de que el estado de ánimo de la gran masa blaugrana puede ser perjudicial para la salud del ciudadano y de la comunidad, propongo que se emprenda un estudio sobre cómo ha subido la agresividad en transportes públicos, hogares y familias. Hasta en las escuelas, pues podría ser que algún alevín de la culerada haya maltratado de palabra y obra a sus profesores.

La gente echa cuentas y se escandaliza. Marca lo que le corresponde por contrato al exentrenador, lo divide por lo que lo que gana al año y resulta que tendría que trabajar más de un siglo para alcanzar esa cifra. ¡Otra noche sin dormir!