TTtres de noviembre ya ¡quién lo diría! Llegaron todos los santos como llegó la otoñada. Con el encanto difuso del eterno retorno. Huele a castañas. Los armarios acumulan lanas, para el frío que vendrá. El Hallowen importado y divertido invade nuestras calles de calaveras, azadones, esqueletos y demás inventos macabro-festivos con que los peques le pierden el respeto a la muerte, ¡tan lejana!

Es todo un rito reencontrarse con esos personajillos lúgubres que le hacen una higa a la parca. En el Gran Teatro no vemos al Tenorio, más castizo que la moda de la calabaza, pero sí una estupenda Traviata. ¡Qué tragedia morir tan joven y con tantas ganas de vivir! grita Violeta. Así los mayores rendimos culto también a la presencia de la muerte en nuestras vidas.

Acostumbrados a ella, dolorosamente conscientes del desgarro que supone, solemos temerla más que los muchachos. Entre la rebeldía, el vitalismo, la resignación, el miedo o la desesperación buscamos estrategias que nos permitan encarar el resto del camino con gallardía. Consolados los creyentes con una futura recompensa, convencidos otros de que lo único que queda es coger las rosas de la vida en cualquier momento de ella y aprovechar el instante, es tiempo este tan bueno como otros en el año, pero señalado por los ritos, para recordar de una manera especial.

Misas de difuntos, crisantemos, memoriales, visita a los cementerios. La pena de la pérdida la mitiga el tiempo. El dolor de la separación se atenúa con el recuerdo de los momentos espléndidos vividos con los que se fueron. Se encuentra consuelo en recrear las horas pasadas junto a ellos, sus palabras, sus bromas, el cariño que nos dieron.

En un mundo más que pagano, --estos privilegiaron los ritos funerarios-- en que se tiende a ignorar el final, a restringir los duelos, a eliminar el luto, a sumergirse en el olvido para que no nos amargue el disfrute de lo presente, la realidad es tozuda. Ahí están imborrables nuestros queridos muertos. Y nos recuerdan que su pérdida, como la vida que perdieron, tiene que tener un sentido.