Escribo esto el sábado veinticinco, en este presente, en esta hora, sin saber, claro, qué partido va a ganar mañana, qué partido va a ganar hoy, o qué partido habrá ganado ya, según cuándo se lea, cuándo se publique, si se publica este escrito. Parece un poco como la conjugación de un verbo, no sé, pero el caso es que este sábado parece un día sumergido. García Márquez dice, en El otoño del patriarca, en cierto pasaje del libro, que el día estaba como sumergido en el fondo del mar, tal era el silencio, como el silencio de los fondos abisales.

O como el silencio de la luna o que debe haber en la luna, tal como nos lo muestran en los documentales, o como el silencio de los desiertos por las noches cuando ciertas especies que viven, no sé cómo, allí, se entierran durante el día, para protegerse del calor, bajo la ardiente arena, tales como la hiena, ciertas serpientes de cabeza triangular y poderosa, algunas parejas de lagartos, etcétera. Y este sábado, y conste que de ninguna manera quiero que nadie saque malévolas conclusiones, porque no es mi intención hacer odiosas comparaciones, parece que los partidos políticos están sumergidos donde sea, porque así ha de ser, y toda la propaganda política repartida por los carteros, los mítines celebrados, los carteles innumerables, las promesas, descalificaciones, verdades y mentiras, parecen sueño, o cosa pasada, que a lo mejor lo es, pero sea como sea, que gane o haya ganado el mejor, Así sea. Así haya sido.