TLta tradicional fiesta de todos los Santos que se celebra en nuestro país cada vez tiende a perderse bajo el manto negro de la calabaza naranja. Una tradición de origen celta, conocida como Samhain, que significa final del verano. Muy arraigada en el mundo anglosajón, y que ha sido transmitida al resto de la humanidad, mercantilizada bajo el paraguas de Hollywood.

XES FACILx cruzarse estos días con fantasmas y especímenes similares por las calles, observar escaparates sepultados bajo la anaranjada calabaza, totalmente hueca, a oscuras, presagio de la fiesta del terror y de los muertos. Tengo que reconocer que yo soy más de la otra cultura; la que tiene que ver con la tradicional visita al cementerio, repleto de flores y alumbrado con velas, --muchas velas--, no naturales, eso sí, sino más sofisticadas, alimentadas, con pilas alcalinas. Entiendo que esto es una variación de las costumbres de antaño y, quizás ahora toque aceptarla y reconvertir el día de los Santos en la resaca de la noche de Halloween. Pero a mí no me gusta. Yo prefiero seguir siendo fiel a lo que me enseñaron y a lo que siempre he vivido;que, por encima de todo, es el homenaje a los que ya no están entre nosotros. Lo de la calabaza naranja no me convence.

XAUNQUEx he de reconocer que competir con Halloween es muy complicado, esencialmente, porque entre esa amnesia que en muchos casos se produce por la memoria de los ausentes, y el gran despliegue comercial que supone la fiesta de los disfraces y los rutilantes iconos del mundo del cine estadounidense poco se puede hacer. Así y todo nunca entenderé cómo casan bien los fantasmas, calles a oscuras, y niños deambulando por las mismas en busca de golosinas.

XASUMIDOx todo esto, que básicamente lo hemos mimetizado por las grandes películas de Hollywood, mi pregunta sería: ¿qué queda de la tradición de este país?, de ese día en el que muchas familias se reencuentran, y dependiendo de sus creencias, brindan su homenaje y recuerdo al ser querido ausente en el cementerio. Cuando pequeña, no siempre consciente de todo ello, a mí me gustaba ir de vez en cuando y jugar al pilla pilla con los amigos, recorriendo las leyendas de las lápidas. Historias, algunas extrañas, pero que describían gran parte de la historia de mi pueblo. Porque la imaginación también está muy presente a la hora de hacer el recordatorio del familiar que ya desapareció.

XRECUERDOx una vez que acompañando a un difunto, casi nos quedamos encerrados unos cuantos, y dijimos y ahora qué, porque la coartada de la noche siempre juega a favor de lo macabro, de lo desconocido. Menos mal que el enterrador nos avistó a lo lejos, y nos salvó de pasar la liturgia de dormir cerca de los muertos.

XLA MEMORIA,x el recuerdo, las ausencias constituyen en nuestra cultura más próxima este día de todos los Santos. De ahí que a veces cueste asumir que la calabaza sea la estrella y el símbolo de los que se fueron. Y me imagino que lo de los disfraces es un recurso más para alimentar una noche de fiesta. Todo es aceptable y las costumbres van evolucionando, pero sigo sin entender muy bien qué tiene que ver aquel ser querido que el día de todos los Santos recordamos, y la calabaza.

XA NO SERx que queramos mezclar sentimientos, recuerdos con una fiesta del olvido, del miedo, y de lo macabro. Y eso puede estar bien para un buen guión de Hollywood, pero no sé si se acierta cuando pretendemos transmutar una tradición y convertirla en parte de un centro comercial, en el que se venden disfraces, sangre a borbotones, colmillos, golosinas macabras; y todo ello con el testigo ojeroso de una calabaza de color naranja, chillón.

Sigo sin entenderlo, y más, cuando, generalmente siempre se habla bien de los muertos, ¡se merecen algo mejor!