Al final, lo que estaba era el principio. La base del gobierno naciente será el diálogo. Según nos relatan, ese es el punto de partida. Y es muy sólido. Porque con diálogo, no hubieras tenido que forzar esta repetición electoral. Porque se supone (pero sólo eso) que con una muestra de concesión y negociación muchos de los problemas que ahora se aventuran estarían en un discreto segundo plano. Pero, claro, todo sea por el bien del diálogo.

Porque el alfa de esta negociación es el diálogo. Cómo no, ¿verdad? ¿Acaso niega usted la virtud cardinal del diálogo? Ya sabemos que eso no es posible, porque es antidemocrático. Y tal verdad está tallada en piedra. O en Instagram. El caso es que suena contrario a la democracia pensar que no se dan las condiciones para el diálogo. Incluso si ese requisito a lo que conduce es a lapetición de fijar unos requisitos mínimos que sirvan para asegurar que la opinión de muchos sea respetada. O, por ejemplo, hacer algo tan radical como exigir el cumplimiento de nuestra legalidad. Incluso, así.

Aunque usted no lo vea. Aunque piense que esas normas han sido dotadas por unos poderes ejecutivos y legislativos que (llámenme tonto) podrían al menos anunciar su desacuerdo y luchar por cambiarlas. A ser posible, durante el período electoral. Por saber a qué atenernos, sobre todo. Da igual porque es «canónicamente» antidemocrático. Porque el valor a proteger es el diálogo. Hay que dialogar. Para proteger la democracia. O era al revés, no recuerdo bien. Bueno, calma. Ya nos los explicará Lastra o Ábalos. O, si hay suerte, Rufián, que tiene más gracia andaluza.

No podemos oponernos al diálogo. Y, en puridad, tienen toda la razón. Tanta como para conceder a todos la legitimidad de expresar y defender sus posiciones; especialmente, aquellas que nos repudian y a los que solo concedemos el valor de expresarlas dentro del marco que hemos creado entre todos. Ese marco de convivencia que llamamos ley. En resumen, de la base de cualquier democracia.

Pero ahora nos tenemos que creer que es bueno dialogar con unos por un bien superior. Que se dice democracia y gobernabilidad, pero que es bastante más barato que eso. En aras de un desbloqueo que afecta a millones, hablemos con unos pocos. Porque un pueblo puede perfectamente hablar con otro pueblo para decidir sus destinos. Conjuntos, o no. ¿Quién puede ser contrario a eso?

Cataluña consigue situarse como eje electoral. Lo cual, por cierto, sería inapelable y digno de (estudio) y elogio si no fuera porque los que se arrogan tal representación ni siquiera pueden hacer honor a ese nombre. Sea como sea la forma que calculen o pretendan dar, la representación soberanista no sólo es mayoritaria en su territorio, sino que ya no tienen empacho en mostrarse divididos. Luchan en pos de un frente común que, para mayor esperpento, ni siquiera existe.

Pero ahora tenemos que tragarnos que, no sólo es necesario, sino necesariamente sano para nuestra democracia, negociar con el soberanismo catalán. El mismo que niega tales derechos en su región y cierra las instituciones parlamentarias en un flagrante abuso filibusterista. La trampa del derecho a decidir es que se niega el derecho a hacerlo de los demás.

Lo dice alguien que creyó durante mucho tiempo que la salida al laberinto catalanista era claramente política. Pasará o no por un referéndum, ese diálogo no debía ser instrumental sino estructural para dar con una solución que, mayoritaria, otorgara un entorno estable. El que fuera, pero decidido por todos. Justo lo que los separatistas han negado de forma sistemática durante, al menos, los últimos dos años.

Ahora vendrá el sanchismo (quiero creer que no el socialismo) a decirnos que no. Que hay que dialogar. Porque lo que defendemos no es un gobierno, sino una continuidad democrática. Honra los resultados y avanzar en el desbloqueo. Es lo democrático. Como tender cordones sanitarios, ¿no?

Calma, ya nos los explicará Ábalos. Desde el tren.

* Abogado, experto en finanzas.