TCtreí que me había librado, que con el abandono del periodismo activo había logrado ahuyentar a esos hombres de partido, aspirantes a políticos y miembros eternos de la clá, vendedores callejeros de las excelencias del líder --bueno, bonito y barato-- y sempiternos destiladores de auténtica mala uva en la crítica del contrario. Creí que ya no les interesaba, pero siguen ahí, no me han olvidado. Digo hombres porque, en los años de profesión he comprobado que son ellos los que se dedican a esto, quizás por haber estado las mujeres más alejadas de los partidos, y en parte también porque bastante tenemos con lo nuestro, familia y trabajo, como para dedicar tiempo al enredo.

En fin, que siguen a la caza y captura del incauto, como el personaje de Mota , "dices tú de mili", asaltándote en cualquier esquina, en mitad de la calle, plantando firmes en el suelo sus zapatos, dispuestos a no dejar que escapes, girando el cuerpo cada vez que das un paso en un intento de alejarte. "¿Qué te parece?" me preguntaba el otro día uno. "Pues no sé, la cosa esta mal" contesté sin saber a qué se refería y sin ganas de preguntárselo. "¿De dónde crees que sale el dinero?" contestó con aire de brujo poseedor de los secretos del universo. (¡Señor qué cruz! pensaba yo como en un aparte) "¿De nosotros?", aventuré por decir algo mientras daba dos pasos.

Volvió a girarse y me miró como el iniciado al ignorante. Antes no. Durante años ejercité la mirada de druida poseedora de las fórmulas para desentrañar todas las magias, pero ya no. No necesito poner cara de entendida, ni de inteligencia superior que los enigmas desentraña. Me da igual y lo dejé allí plantado. Quería llegar cuanto antes a la heladería y comprar un litro de horchata, y tomarla con mi tía entre el frescor de los muros del bajo donde está su casa.