Ni en el peor de nuestros sueños podíamos concebir lo que está pasando. ¿Una simple gripe como decían algunos? Y una porra para ellos. El covid-19 está revelando lo vulnerable que es el ser humano y lo frágil que resulta el mejor de los sistemas sanitarios cuando le ataca una pandemia de esta dimensión. ¿Un gobierno debe predecir algo así? Pues, sinceramente, tengo mis dudas vista la trascendencia de lo que está pasando con miles de muertos en apenas quince días y los que aún se prevé que van a llegar. Porque no he visto a nadie que no reconozca que se equivocó en sus previsiones y la prueba es que todos los líderes que se mostraban escépticos al principio han acabado por adoptar las mismas medidas de restricción que el resto tras comprobar que lo que ocurría en los hospitales era muy diferente a lo que le habían contado. Trump y Johnson son el ejemplo, Bolsonaro está ahora en la fase de negación, pero todo llegará a pesar de sus declaraciones altisonantes sobre la naturaleza inmune del ciudadano brasileño. Ya lo dicen los epidemiólogos: los virus no conocen de fronteras ni de clase social y en este caso el covid-19 se ha presentado como el más común de las epidemias pues ataca por igual y letalmente a todo aquel que se cruza en su camino.

Otra cosa es la gestión de la crisis. Si se tuvo que decretar antes o no el estado de alarma o el confinamiento obligado en casa para todas aquellas actividades no esenciales; si los hospitales estaban convenientemente preparados en medios y recursos o si se previó el posible contagio del personal sanitario como finalmente ha ocurrido en buena parte de la regiones al no disponer de medidas de protección adecuadas. Así mismo, deberá evaluarse la coordinación realizada a nivel estatal desde el punto de vista sanitario o las compras de material necesario, donde ha quedado demostrado que se falló a la hora de adquirir los test de detección precoz a un proveedor chino. Del mismo modo, habrá que ver la repercusión en la economía de este país, si las medidas de acompañamiento fueron las adecuadas y si las exenciones de impuestos y cargas sociales hubo que aplicarlas antes o de otra manera.

Todo ello queda pendiente y cuando pase la pandemia entraremos en su análisis y juicio, lo mismo que el comportamiento de los líderes autonómicos y también el de los partidos de la oposición. No hay que olvidar que todos deben estar a la altura y hay momentos en los que la crítica debe quedarse a un lado y ponerse del lado del Estado, sobre todo cuando de lo que se trata es de salvar la vida de la gente. Tiempo habrá de verlo, cuando nuestra sociedad supere la crisis más pronto que tarde y todo vuelva a la normalidad.

De momento, seguiremos con la tarea. Cada cual la que tiene encomendada, aunque en muchos casos solo consista en quedarse en casa y no contribuir al contagio masivo. Es verdad lo que se dice, que la gente demuestra lo que es cuando se enfrenta a situaciones tan graves como la que estamos atravesando. Así, podemos ver solidaridad a raudales, por ejemplo en algunos sanitarios, en agentes de Policía o en gente corriente que se ofrece a hacerle la compra a un vecino mayor que vive solo, pero también actitudes egoístas e insolidarias a mansalva como esos que se saltan el confinamiento porque les da la gana, por el simple placer de marcharse a la casa de campo en cuanto llega el fin de semana.

Es tiempo de responsabilidad y de apelar a la colectividad que formamos todos, pero es obvio que muchos no lo sienten así. Por eso, cuando en estos días se dice que después del coronavirus nada volverá a ser lo mismo, que le gente se ha vuelto mucho más vulnerable y solidaria, tengo serias dudas. El ser humano reacciona por igual cuando le paraliza el miedo, pero la vuelta a la normalidad hace que nuevamente vuelva a ser quien era.

El virus servirá, eso sí, para darnos cuenta de lo importante que es la Sanidad pública de este país, la cual no puede estar supeditada a los recortes caprichosos y las trampas del político de turno que pretende ahorrar justo de donde no debe. También valdrá para constatar lo necesario que es contar con una Policía del nivel de la española, en todos sus cuerpos y fuerzas. Igualmente, permitirá demostrar lo indispensable que resulta la disposición de un Ejército que lo mismo actúa en una catástrofe natural que desinfecta todas las calles y plazas durante una pandemia. Finalmente, ayudará a saber si nuestro Estado es tan fuerte como parece y si su coordinación con las comunidades autónomas es capaz de hacer frente a cualquier crisis que se presente, por grave que parezca, por letal que resulte.