Catedrático de la Uex

El profesor Juan Luis Corcobado reflexionaba hace días en este periódico, acertadamente bajo mi punto de vista, sobre la inmediatez de las informaciones, las cuales se suceden tan atropelladamente que para el autor "el tiempo que la opinión pública tarda en olvidar una noticia es inversamente proporcional a la cantidad de información que dicha noticia contiene". Tal conclusión la extraía tras hacer un análisis sobre las convulsiones político-periodísticas de este país, que han premiado a quienes han sido protagonistas del desaguisado bélico últimamente acontecido, y todavía inconcluso.

La agudeza de la reflexión bien merece insistir. Eso sí lamentando que desgraciadamente sea válida para España, cuando mejor nos valdría parecernos a otras gentes, de otros lugares como el Reino Unido, con gran tradición periodística, donde estos días está teniendo toda una convulsión mediática con la muerte de David Kelly. El enfrentamiento de Downing Street y la televisión pública BBC, con un debate de fondo sobre la manipulación del periodismo político. La tesis de The Independent sobre la obsesión del gobierno de Tony Blair por el denominado (según Walter Oppenheimer), "spin, u obsesión por retorcer y darle la vuelta a la noticia. O la de la exministra Clare Short, quien de manera clarividente criticaba a su antiguo gobierno, por estar más preocupado por la presentación de sus políticas que por el desarrollo de éstas, junto con la opinión de The Daily Telegraph para quien el primer ministro es capaz de reinventarse a sí mismo, son claros exponentes de un interesante debate con indudable repercusión en la conciencia social de sus ciudadanos.

Pero España es diferente. Lejos de los topicazos del sol y playa, la diferencia es más grave, pues radica, por un lado, en la capacidad con la que nuestro gobierno interpreta (a su conveniencia) el papel reservado, desde Montesquieu hasta nuestra Constitución, a los tres poderes del Estado: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, y por otro, en la subliminal manera con que sabe manejar el cuarto poder, el poder de los medios de comunicación.

Dejando para próxima ocasión algunas reflexiones sobre lo primero (entre las que las tesis de Manuel Pimentel merecerán un lugar destacado por su análisis del reciente pasado y sobre todo por su visión del próximo futuro), añado a la acertada perspectiva de Corcobado, las estudiadas y depuradas estrategias gubernamentales referidas al impacto mediático. Han sabido encontrar el mensaje que cala entre las gentes, incluso de manera supuestamente imperceptible para los receptores de ellos.

El éxito mediático estriba en un aparato político-profesional que se dedica, de continuo, a elaborar los mensajes y a evaluar su impacto social, también de manera continuada. La base común de todos ellos es la sencillez, la contundencia y la repetición, pero no cuando la inmediatez y el atropello de la noticia lo reclama, sino en cualquier momento y lugar, a través de las medidas declaraciones de los principales líderes del partido. Un último ejemplo está en las efectuadas recientemente por el presidente Aznar: "Los socialistas cifran sus esperanzas políticas en las posibles muertes de soldados españoles en Irak".

Son muchos los comentarios que merecen tales declaraciones, pero, teniendo en cuenta los argumentos de este artículo, sólo diré que me producen el mayor de los rechazos. ¿Le quedará algún principio?