En 1783, la Enciclopedia Metódica publicó un artículo de Masson de Morvilliers donde se decía: «¿Qué se debe a España? ¿Qué ha hecho por Europa? Tal vez sea la nación más ignorante de Europa. ¡Las artes, las ciencias, el comercio se han apagado en esta tierra!». No hacía más que distorsionar la imagen que ya el mundo tenía de nosotros y que nos ha hecho llegar tarde y mal a casi todas partes. El hispanista Joseph Pérez en su libro La leyenda negra, lo atribuye al imperialismo y sus consecuencias. El novelista y diplomático Juan Valera describía perfectamente en 1868 la percepción que se tenía de España en el extranjero. «El apotegma de que África empieza en los Pirineos corre muy válido por Europa».

Nuestro azaroso siglo XX, la guerra civil, el aislamiento franquista y el recurso a los tópicos más cutres y simples de la época, no ayudaron demasiado. Fue en los años 60 cuando se creó el eslogan España es diferente. No mejor ni peor, solo diferente. El ‘Sonríe, estás en España (2000)’ o el ‘I need Spain’ (2010) no han logrado desbancar el ‘Spain is different!’, pero el problema es que la ‘diferencia’ se ha instalado en el imaginario colectivo no solo como sinónimo de positivo, original o simpático, sino que ha alcanzado las cotas de la mediocridad, la chapuza, la insolvencia, la improvisación y la bulla, ‘virtudes’ que, incluso, se aplauden y, en momentos, hasta nos sentimos orgullos.

Basta que vivamos una crisis de proporciones inabarcables para que nos demos cuenta de que los culpables de que la leyenda negra continúe puede que seamos nosotros con una actitud de conformismo frente a la excelencia, de sumisión frente a la rebeldía y de ignorancia frente a la razón, más la España a palos permanente. Somos un país de canciones frikis (‘Chupa la gamba’), de fiestas populares inexplicables (tirar cabras desde campanarios o tomatinas), de personajes de otro planeta (El Dioni o Carlos Jesús), de comidas que harían vomitar a una cabra, de gente que cree que el mundo es plano y puede trazar una línea recta para explicar la incidencia de una pandemia, un país de locos, vamos, y solo espero tres cosas de toda esta convulsión actual: que no se incendie la calle, que sea la política quien busque una nueva normalidad para ellos mismos y que toda la potencia cultural, científica, gastronómica, turística e industrial de un gran país no pierda ningún tren y no deje a nadie atrás.