El presidente del Gobierno, José María Aznar, afirmó ayer algo en lo que por fin pueden estar de acuerdo todos los ciudadanos: iniciada la guerra "no hay espacio ni para la neutralidad, ni para la indiferencia, ni para la equidistancia". Pero es difícil que alguna más de sus palabras conecte con la sensibilidad que la sociedad española está expresando en las calles.

Aznar sigue encerrado en su inmensa soledad cuando insiste en que la invasión iniciada por Estados Unidos se limita a ser una operación de desarme, alega que las maniobras diplomáticas españolas contribuyen a la unidad europea y asegura que una guerra como la que se ha iniciado --sin aval del Consejo de Seguridad de la ONU-- sirve para que "la legalidad internacional se restablezca". Son unas bases falaces sobre las que resulta imposible llegar al consenso entre las fuerzas políticas españolas que solicitó el presidente del Gobierno, como le recordó inmediatamente el líder de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero. Entre una guerra ilegal y el respeto verdadero a las reglas de la convivencia entre las naciones no hay neutralidad posible. Y el Gobierno del PP deberá cargar con el peso de encontrarse con la opinión pública enfrente.