XLxo que en otros tiempos era una práctica habitual y aceptada, con un punto de elegancia y distinción, si se me apura, fumar, se ha convertido en la sociedad de hoy, en un acto poco menos que delictivo, propio de inconscientes y abnegados individuos, con una intensa falta de respeto hacia el resto de las personas.

No obstante, lejos de estas diferencias, los productores de tabaco, aquellos que se trabajan la tierra en busca del pan para sus familias y el porvenir para sus hijos, y perdonen la estirada demagogia, han pasado a ser entes olvidados, cuya hacienda se basa en producir una sustancia tóxica. A este lado del conflicto, puesto que soy hijo, familiar y amigo de tabaqueros, me pregunto qué será de las más de 15.000 familias que llevan años produciendo el mismo género, apoyados desde las administraciones, mimados por la vieja Europa, aquella que fumaba, a pesar de que era opinión generalizada de que no era del todo bueno.

Las comarcas de La Vera, Alagón y Campo Arañuelo, con una actividad económica basada en la estructura agraria, han sabido adaptar los cultivos a las nuevas exigencias tecnológicas, a los contratos con las industrias tabaqueras que arrecian precisamente ahora mismo con una importante bajada de precios; mientras que los paquetes de cigarrillos, que los inconscientes adquirimos en los estancos, bares, cafeterías, estaciones, tiendas, discotecas, kioscos, rozan, eso sí, los precios de Europa. De la nueva Europa, claro.

Las ayudas públicas y subvenciones, heridas desde hace meses, malogradas, nos abandonan. Al igual que han ido abandonando a otros sectores. Millones de euros, destinados, en la teoría y en la práctica, a la mecanización de la producción, a la mejora de los medios, infraestructuras y rendimientos, serán convertidos con el tiempo en herrumbre, goteras y grietas, y telarañas alrededor de los arados.

La alternativa, que se atina a vislumbrar, pasa por la reconversión del sector a otros productos, que ya nos dirán cuáles son; por la jubilación anticipada de miles de agricultores, que no desean dejar de trabajar en su tierra; por la pérdida de renta y patrimonio, ésta obligada por consecuencia; y por la fábula de ser emprendedores, a costa de los caprichos de los mercados.

Desde las administraciones públicas, se ha venido defendiendo hasta ahora el papel de los cultivadores de tabaco en Extremadura, frente a los requerimientos establecidos por la Unión Europea, que en muchos casos resultan difíciles de interpretar, con la inseguridad y desconcierto que provoca en los agricultores. Ahora, con los lances que se nos vienen, es preciso, más que nunca, que las mismas administraciones, luchen enérgicamente por los intereses del sector, explicando el desarrollo de las negociaciones y las diferentes posturas de las partes implicadas.

El campo extremeño, una vez más, se ve sometido a una espera impuesta, desde la que se decidirá su futuro. Un futuro incierto, que en esta ocasión, no es posible combatir con las máquinas, la labranza del suelo o el sudor. Que queda a merced de la clase política elegida, no lo olvidemos, por los mismos que recolectan, esa es la paradoja, una sustancia tachada de perniciosa y maldita, pero que a ellos les da de comer.

No quiero ni plantearme el hecho de verme dentro de unos años en los documentales de la BBC o del National Geographic, contemplando cómo las fuerzas de seguridad del Estado, arrasan con lanzallamas nuestras cosechas, cual cultivadores de planta de coca en Colombia.

Paciencia, esperanza, ilusión, como cuando miramos al cielo en busca de nubes de lluvia. A esperar y luchar estamos acostumbrados; pero todavía se nos atraganta el que nos humillen.

*Consultor de Medio Ambiente,veterinario y miembro de unafamilia tabaquera