La fama que su mandato ha granjeado a Merkel está, comúnmente, más o menos clara. Distinto es que sea merecida. O, al menos, suena exagerado que la calificación se arrastre por las vías de una equiparación satánica, el origen de todo mal. Como si cada paso suyo llevara incorporado banda sonora a cargo de los Stones («it´s the nature of my game») o pesaran sobre la Canciller inmensas losas de un pasado germánico de infaustísima memoria. Cosas de las etiquetas: sencillas, rápidas, intercambiables. Y tremendamente confortables desde el sofá o el teclado.

Habrá que reconocer que ha bordado el papel ingrato de aguafiestas. Su mando en plaza de defensa de una disciplina fiscal y un control del gasto público, que eran infinitamente más complicado para los países del sur que para Alemania, no le ha conquistado precisamente simpatías y adhesiones. Su postura de ‘halcón’ en el BCE, presionando al italiano Draghi para no exagerar la nota en la expansión monetaria, se ha visto como una injerencia y una prepotencia impropia en un proyecto común como es la Europa de hoy.

Es difícil mantener el rigor, pero Merkel ha hecho profesión de ello. En medio de una Europa electoral de políticos desorientados, que se echaban en manos de una soluciones indoloras, insípidas y de rápida solución, que (ya imaginan) no han asomado la cabeza porque sencillamente no existen. Quizás el apelativo más injusto a la Canciller alemana ha sido el de «insolidaria». No dicen esos los hechos.

Alemania no ha mostrado ninguna meliflua reacción al problema de los refugiados en Europa. Desde incluso mucho antes de que estallase públicamente, derivación del conflicto en Siria, Alemania ha sido uno de los principales focos de inmigración en Europa. Así que lo único que ha demostrado Alemania acogiendo a un más de un millón de refugiados es solidaridad. Y Merkel, lo que se exige de quién quiere llamarse estadista: visión a largo plazo. Justo lo que sus socios europeos, sin distinción ideológica, han evitado, escurriendo plácidamente un bulto que es (debiera ser) común.

Ella se atrevió a calificar la emigración como el principal reto a resolver por la Europa de hoy. Hasta Draghi ha deslizado cierta preocupación por el impacto que pueda causar. Lo que ha sido leído e interpretado por los tibios (Dante observa) como una muestra de que la inmigración es un problema. Y no, lo que ellos quieren transmitir es que lo complicado es dar con la solución adecuada. La inmigración existe, ha sido positiva para muchos países. Se trata de gestión, no de xenofobia.

Lo cuenta la periodista serbia Mirjana Tomic esta semana en el siempre imprescindible ‘Jot Down Magazine’: la Europa política no ha respondido al reto simplemente porque no lo ha afrontado. El gran problema derivado de una mala integración, del cierre controlado de fronteras o, peor aún, de aceptarlos en el país para tratarlos como ciudadanos de segunda clase es que se crean ghettos físicamente. Y, mentalmente, la radicalización se ve como una salida para la dignidad herida de quién se vio forzado a huir de una vida que nosotros no calificaríamos como tal.

Las estadísticas nos muestran tendencias a la radicalización. Los terroristas, suicidas o no, nos golpean el corazón duramente y nublan nuestra mente. Y nos crean la paranoia de «los tenemos dentro», que tiene como respuesta el «combatamos».

La política responde conforme a lo esperado: la socialdemocracia pide no culpabilizar, los conservadores tienden a la prohibición, los populismos ven un filón sencillo de aceptar por las clases populares. Pero la realidad es que nadie sabe qué hacer exactamente, porque la solución, como la de todo problema complejo, está lejos de ser sencilla.

Pero si estigmatizamos, si ponemos muros o barreras, sólo generaremos un rencor que nos volverá. Merkel lo sabe, y por eso acepta, imponiendo controles lógicos y tratando de financiar la educación y formación de confesiones y cultos. Expulsando sólo cuando las leyes, garantistas, lo permiten.

Sí, la solución es difícil y probablemente llena de variables. Pero desde luego no hacer nada no es una de ella.

* Abogado. Experto en finanzas.