Se sabe que la derecha fragmentada ha contribuido a que gobierne la izquierda. Lo sabe todo el mundo y, sin embargo, no todos parecen darse cuenta de ello. La unión del PP y CS no es únicamente una estrategia para evitar los efectos de la dispersión del voto, se trata, además, de una necesidad ética para formular una alternativa al rodillo de la izquierda y los nacionalistas.

Si el gobierno socialcomunista no hubiera decidido volverse loco en compañía del independentismo, el centroderecha español podría tomárselo de un modo más relajado. Pero no es así. Urge una oposición y un frente común al nacionalismo. Pero para ello hace falta cierta altura de miras.

Las reticencias de Núñez Feijóo en Galicia al pacto pueden explicarse desde la postura egoísta y autosuficiente del que gana elecciones y ha renunciado a liderar el partido en Madrid para centrarse en su dominio feudal, pero lo de Alonso en el País Vasco resulta patético. Borrado prácticamente de la comunidad, no tiene un pase exigir autonomía y dignidad frente a la crucial obligación de juntarse. Luego puede resultar bien, regular, mal o peor, pero al menos hay que intentarlo por otros medios.

Casado y Arrimadas, aunque finalmente fracasen en su cometido, tienen razón. El centroderecha, responsablemente, debe unirse. Ya es suficiente castigo para sus posibilidades de éxito en las urnas los votos que se han escapado a Vox en busca de soluciones simples y populistas a los problemas complejos a que se enfrenta en estos momentos el país.

El partido de Abascal es el mejor instrumento que la izquierda maneja para gobernar gracias al espantajo de la ultraderecha amenazante. Pronto lo compararán con los extremistas nazis que siembran el terror en Alemania. No será equitativo de acuerdo con sus méritos pero sí resultará útil desde una visión propagandística.

* Periodista