La semblanza de insignes personajes de la cultura del pasado siglo sigue generando interés entre lectores con inquietudes intelectuales. Cito como ejemplo el último libro que he leído, Ortega y Gasset y Antonio Machado, de Pedro Menchén, quien ha estudiado a fondo la correspondencia entre el filósofo y el poeta para poder esclarecer cómo fue su relación (nunca estudiada hasta la fecha). Una relación que acabó por enfriarse después de la publicación del ensayo de Ortega y Gasset La rebelión de las masas (1930), que supuso una sutil ruptura -si acaso alguna vez hubo entre ellos algo digno de ser calificado como unión- motivada por sus posicionamientos ideológicos antagónicos, que dan consistencia al subtítulo del libro: El dilema de las dos Españas.

El libro, que aborda las filias y las fobias de Ortega y de Machado -y, si me apuran, también las del propio Menchén-, nos permite hacernos una idea de cómo respiraba un siglo que acabó sufriendo dos guerras mundiales, por no hablar de nuestra insidiosa guerra civil. Saber cómo pensaban Ortega y Machado, en fin, nos ayuda a comprender cómo pensaba el siglo: cuáles eran sus inquietudes, cuáles los bandos, los problemas y las presuntas soluciones.

Sería difícil profundizar en esta breve columna en los perfiles a priori tan opuestos como el de Ortega y el de Machado, pero quisiera resaltar la forma en la que el segundo, que siempre tenía una palabra amable para todo el mundo -incluido para Stalin, como se señala en el libro-, cortejó el favor de Ortega primero, y cómo refutó con finura después, en su libro Juan de Mairena, las teorías vertidas en La rebelión de las masas, sin citar en ningún momento ni a Ortega ni su ensayo.

Menchén no edulcora en su ameno y riguroso ensayo a uno ni a otro. Esto es un arma de doble filo: tantas son las posibilidades de que guste a fieles machadianos y a orteguianos como de enfadarlos.

* Escritor