A una semana para el traspaso de soberanía al Gobierno interino, los ataques sangrientos y coordinados en Irak alcanzan niveles sin precedentes, lo que evidencia que las tropas de EEUU y las autoridades iraquís son incapaces de estabilizar la situación. Los insurgentes que se oponen a la ocupación se confunden con los terroristas de Al Qaeda, y los combates y el horror superpuestos nos aproximan al Líbano de los años 80 y arrojan dudas sobre la efectividad de la entrega del poder a los iraquís. Las cosas siempre pueden ir a peor en un país amenazado por la guerra civil y la venganza tribal o religiosa, en medio de las ambiciones que suscita el petróleo.

La demostración de poder de insurgentes y terroristas plantea un terrible dilema para el que Washington no tiene respuesta: retirada o auténtica internacionalización. Desde que la ONU adoptó el 8 de junio la resolución 1546, que organizó la transferencia de soberanía, EEUU no ha dado ningún paso efectivo para corregir los innumerables errores y asociar a otras potencias a una solución que favorezca realmente el progreso y la democracia en Irak. Quizá es muy tarde o tal vez Bush sigue empecinado en imponer su visión unilateral de Oriente Próximo, de resultados desastrosos.