Presidenta electa con casi el 45% de los votos, sin duda favorecida por la dispersión del sufragio entre sus 13 contrincantes, la victoria de la senadora Cristina Fernández de Kirchner, esposa del actual presidente, no admite réplica ni levanta sospechas, aunque sobre ella planea la sombra de la resurrección, a través de una nueva dinastía política, del peronismo en su variante más ortodoxa, esa mezcla estridente de populismo e intervencionismo que condicionó la historia de Argentina de los últimos 60 años y que ha tenido nombres de mujer: Evita y María Estela. El éxito de los esposos Kirchner --porque la elección del domingo era también un examen para Néstor-- es una especie de referendo sobre la exultante salud económica del país, que pasó desde la peor crisis de su historia, el colapso de 2001, a una expansión sostenida con crecimiento semejante al que está experimentando China y reducción drástica del desempleo, bajo el impulso de un peso devaluado y un aumento espectacular del precio de las materias primas.

En la intrahistoria de estos comicios persiste el misterio en cuanto a la decisión del todavía presidente de no presentarse a la reelección, a pesar de su innegable popularidad, y delegar en su esposa para que recoja los frutos de esa popularidad y de la bonanza económico-financiera. Sin embargo, no todo es de color de rosa en el peronista triunfante, puesto que la victoria del domingo sonríe a la intrépida senadora cuando los nubarrones de la inflación aparecen en el horizonte (nada menos que en torno al 20%, según el consenso de los expertos) y las intervenciones del Gobierno sobre los precios resultan no solo ineficaces, sino contraproducentes. La demanda sigue desbocada, pero aunque lo más lógico sería aplicar una política de austeridad será difícil que la presidenta recurra a la ella están como está todavía muy vivo el trauma del corsé monetario que desembocó en el cataclismo del 2001. Resulta significativo, en este contexto, que el exministro de Economía, Roberto Lavagna, que precisamente ha sido el principal artífice de la recuperación económica, haya sin embargo encabezado una de las alternativas perdedoras.

La expresión electoral de la situación política no ha evolucionado como sería deseable. Y ello porque el Partido Justicialista (peronista) y la centenaria Unión Cívica Radical, las dos fuerzas hegemónicas y antagónicas que se vienen disputado el poder en las últimas décadas, no concurrían con su nombre a las elecciones, pero han pesado sobre el voto de manera confusa.

Si el mandato de Kirchner ahondó el cesarismo peronista, queda por saber si la primera presidenta elegida, con mejor legitimidad democrática, tendrá en cuenta que no ha sido votada por más del 50% de los electores. Sólo así podrá administrar las emociones de una apertura para la reforma y moralización de un sistema inmóvil en medio de periódicas convulsiones.