El Gobierno israelí no ha dudado en poner en marcha su poderosa máquina de guerra para desalojar a Hamás del poder en Gaza. La estrategia dirigida a dejar inane al Gobierno islamista así lo indica, aunque es más que discutible que el camino de la fuerza bruta y la inevitable cuota de civiles muertos, el elegido por Israel, delimiten el camino adecuado para lograr el fin perseguido. Más bien parece que la ofensiva alimenta los planteamientos más radicales así en Gaza como en Cisjordania, la otra porción de territorio palestino, abona la sensación de incomprensión y abandono en los territorios ocupados por Israel y adelgaza cada vez más las filas de quienes aún creen que es posible la coexistencia de dos estados en algún momento del futuro.

Mientras la comunidad internacional aguarda el inicio de una ofensiva sin cuartel por tierra contra Hamás, nadie se ve con arrestos para detener la locura y buscar alguna salida momentánea mediante el recurso a la negociación. Salvo organizaciones como Paz Ahora o algunas formaciones progresistas minoritarias, los estados mayores de los grandes partidos israelís, urgidos por la proximidad de las elecciones de febrero, se han entregado a la peor estrategia: la de entablar una carrera por presentar su perfil más duro --es decir, más propenso al uso indiscriminado de la fuerza-- ante la opinión pública. Y esta, cansada de las bravuconadas de Hamás y temerosa de su seguridad, se ha rendido a la seducción más simplista de los intransigentes y a la osadía de los generales.

Una situación no tan diferente de la que se vive dentro de la franja de Gaza, que se encuentra sumida en la desesperación y administrada por los estrategas del martirio, cuyos seguidores, en una espiral irracional vista desde el punto de vista de los ojos occidentales, no han dejado de aumentar desde que en junio del 2007 expulsaron a Al Fatá del territorio y se adueñaron en exclusiva del poder. Una situación que probablemente es extensible a Cisjordania, donde la falta de resultados de la vía moderada seguida por el presidente Mahmud Abás ha engordado las filas de los discrepantes, cada vez más próximos al discurso incendiario de Hamás.

Añádase a este damero maldito la provisionalidad en el ocaso de la Administración del presidente Bush y se tendrá completo el cuadro imposible de un conflicto en el cual, una vez más, la diplomacia de los blindados y sus devastadores resultados ha acabado dominando el escenario. Y es poco probable que el estreno de Barack Obama introduzca muchas novedades, porque la alianza estratégica de Estados Unidos con Israel está fuera de toda duda y la imposibilidad de alumbrar un Estado palestino sin unidad palestina, también.