WEw n los más de tres siglos de disputas por Gibraltar, las posiciones de España y Gran Bretaña han sido a menudo enconadas, con hitos de auténtica crisis institucional como el cierre de la verja en 1969. El franquismo se encargó de jalear la reivindicación sobre el territorio con un "¡Gibraltar, español!" que nunca se difumina del todo. El acuerdo preliminar de cosoberanía del 2001 topó con la oposición unánime de los llanitos, que refrendaron la peculiaridad de la Roca de manera abrumadora (casi un 99%).

Gibraltar ha sido siempre un tema espinoso, una china en el zapato español y una pequeña joya del orgullo británico. Sin embargo, hasta la creación del Foro Tripartito de Diálogo (2004), que ha desembocado en la firma de los acuerdos de Córdoba del lunes, los representantes gibraltareños nunca habían participado en las negociaciones. Protestaban a posteriori, temerosos de perder sus privilegios históricos por culpa de la geopolítica.

Esta vez, como ha dicho el ministro Moratinos, lo mejor del acuerdo es la creación de un clima de confianza, la irrupción de una "diplomacia de la ciudadanía" que permite el milagro de que cada una de las tres partes avance en sus objetivos sin que las otras dos se sientan ofendidas. El reconocimiento por España de que existe esa tercera parte es un riesgo para las aspiraciones de recuperar el Peñón, pero servirá para desbloquear un camino que no llevaba a ninguna parte.

Reconocer las pensiones de antiguos trabajadores españoles al cabo de 37 años es de estricta justicia. Tener a mano un aeropuerto en condiciones y operativo es una evidente mejora para todos.