La secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, llega hoy a Israel para iniciar la primera gestión desde que comenzó la nueva guerra hace casi dos semanas.

Pero sus palabras del viernes último, con las que descartó la idea de un cese inmediato de hostilidades y rechazó los planes del secretario general de la ONU, Kofi Annan, ofrecen muy escasos motivos para el optimismo.

Reafirmando implícitamente la absoluta convergencia de objetivos de EEUU e Israel, Rice dejó bien sentado que el cese de hostilidades podría incluso ser contraproducente (para los intereses de Israel, por supuesto), si no se abordan los problemas de fondo: el desarme de Hizbulá, el neutralismo y la plena soberanía de Líbano, el respaldo de Siria y los radicales palestinos y el conflicto por las ambiciones nucleares de Irán.

De la ferocidad de la guerra quedaron ayer muestras suficientes en Sidón, y en menor medida, en Haifa. La diplomacia queda paralizada y se abren grietas entre Washington y sus aliados de la Unión Europea. Y el Pentágono comunicó, sin ambigüedades, que está entregando al ejército hebreo una nueva bomba teleguiada de la más alta precisión.

El objetivo final es destruir el eje Irán-Siria-Hizbulá, que desafía la supremacía militar israelí en la región. A no muy largo plazo, la indiferencia de Israel ante el estremecedor aumento de las víctimas árabes llevará a la convicción de que la coexistencia es imposible.