Que los impuestos no causen una ruptura en la familia Aznar-Botella, porque mientras don José María es partidario de aliviar la presión fiscal de los ciudadanos, su esposa, doña Ana, ha justificado la subida que quiere imponer el señor Ruiz-Gallardón en el Ayuntamiento de Madrid.

Siempre pueden ocurrir estas cosas en los asuntos del amor. Pero la crisis llegaría en el peor momento, en una familia que siempre se ha visto muy unida. Con el noviazgo del Príncipe se vive un momento de exaltación familiar en las altas instancias del Estado, a la que la presidencia del Gobierno se ha de sumar. Además, los cónyuges discrepantes por los impuestos municipales pronto serán abuelos y la boda real y el bautizo del nieto de los Aznar podrían coincidir.

Han de ser días de glorificación de los valores de la familia, en los que el buen ejemplo de los primeros mandatarios del Reino ha de ser provechoso para los jóvenes. Por esto es de esperar que el buen sentido se imponga y que la esposa se sume a la postura del marido. No por la sumisión que recomienda san Pablo, sino porque es la más razonable. A doña Ana no le va el papel de heterodoxa. Allá el señor Ruiz-Gallardón si lo asume.

¿Y si todo hubiera sido un montaje teatral, en el que ella representaba el papel impopular, para que luzca aún más el protagonismo antiimpositivo de su marido? No sería de extrañar. Los expertos en imagen tienen ideas brillantísimas y la de la aparente discrepancia fiscal podría ser una. Pronto dejarán la Moncloa y él querrá que las generaciones futuras asocien su nombre a la imagen del gobernante que bajaba los impuestos.