El desconocimiento general que tiene la sociedad de la verdadera naturaleza del sida le da a la persona infectada el estatus de intocable, de apestado, de transmisor de la enfermedad, casi por el solo hecho de hablar con él. Lo más dramático es que a los afectados se les niegan derechos fundamentales y sufren una discriminación social, sanitaria y laboral. Hay que recordar que el VIH no se transmite por un contacto casual (como abrazar o tocar), ni por las tapas del váter, los platos de la comida o por picadura de mosquito. La infección se transmite mediante el contacto sexual --anal, oral o vaginal--, por transfusiones de sangre y por el intercambio de jeringuillas entre drogodependientes. Las mujeres embarazadas infectadas lo pueden pasar al feto o al bebé al darle de mamar. A una mujer con VIH le niegan, en la mayoría de los hospitales, un tratamiento de reproducción asistida. Las leyes señalan como uno de los requisitos que la mujer esté sana y que el hombre no puede donar semen infectado. Sin embargo, los constantes avances en medicina han permitido que con tratamientos como el lavado de semen nazcan bebés sanos, pero esto no lo prevén ni las leyes ni los hospitales. Otro derecho vulnerado es el de la protección de datos; para conocer la evolución de la enfermedad hay un registro general en el que figuran nombres y apellidos. También hay muchas empresas que rechazan a aspirantes a un empleo después de hacerles un análisis de sangre. En una época en que los gobiernos y la sociedad son más sensibles con los colectivos dependientes y discapacitados, a los afectados por el VIH se le deja de lado.

J. Manuel Riera **

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