TAthora que estamos inmersos en un nuevo proceso electoral, sería conveniente recordar la importancia que se deriva del concepto democracia. Hay que tener bien presente y no olvidarlo jamás, que en las dictaduras la discrepancia política se resuelve con la cárcel o la muerte para el disidente. En los sistemas formalmente democráticos, el guante que se usa para neutralizar al aguafiestas que pone en duda la Verdad oficial es mucho más blanco: se hace ver que el rebelde es una especie de entrañable chiflado cuyo paso no va al ritmo de los tiempos. De una opinión contraria a la divulgada por el establisment , se dice que está pasada de moda (out of style ) que pertenece al pasado y que no concuerda con las conquistas de la modernidad. El disidente se convierte, tenga la edad que tenga en uno de esos viejecitos que hablan solos sentados en el banco del parque sin que nadie se detenga a escucharles.

Detrás de tan hábiles estratagemas se encuentra el descarado propósito de uniformar la opinión pública sin sucumbir al mal gusto de utilizar medidas directamente represivas. Hay que ser un asiduo consumidor de información para darse cuenta cabal de cómo se realiza esa masiva inoculación de un único mensaje estupefaciente, apenas maquillado con tres o cuatro matices inocuos para que la operación no se note demasiado. Tal vez no hayamos llegado a extremos sombriamente descritos por Orwell en su novela, pero el Gran Hermano está ahí y hace muy bien su trabajo.

Es posible que de cada diez personas nueve opinen de una manera y sólo uno de la manera contraria. Pero también es posible que sea ese ciudadano desamparado el que tenga razón. Olvidarlo es no haber entendido nada del concepto Democracia.