Queda confirmado, sin duda alguna. Quienes eran imbéciles antes de la supuesta normalidad, siguen siéndolo ahora, quizá por defecto de fábrica, exceso de cocción o falta de lectura, que todo es posible. Hemos sido demasiado optimistas, tres meses de confinamiento no dan de sí para dotar de sentido común a quien le sobran los cinco que vienen de serie. Los veo ahora por la calle, y al contrario que Terencio, empiezo a desear que todo lo humano (solo de este tipo) me sea ajeno. Los demás, los que sufren, los que tienen miedo, los que saben qué han perdido o qué pueden perder, los que toman precauciones y se sienten deprimidos, sin ganas de salir, los que se confiesan embotados, lentos, cansados de lidiar con una situación incierta…todos esos no me son ajenos en absoluto, no saben cómo los comprendo. El miedo es un sistema de protección, en este caso inteligente, y cansa estar siempre en guardia. Pero los imbéciles…esos seres que atraviesan la terraza sin mascarilla para preguntarte si te pueden dar dos besos o eres de las histéricas, y acentúan histérica, con el retintín de quienes están y se sienten a salvo. O se cruzan a saludarte con la mascarilla en el codo o en el cuello, y cada vez que das dos pasos atrás para alejarte, se ven obligados a acercarse cada vez más, no seas histérica, de nuevo, no pasa nada, todo es mentira. Ya puedes hablarles de muertes, secuelas, de la UCI llena, de los días pesados como piedras en los que las calles estaban vacías. Su respuesta sigue siendo la misma, no seas histérica, déjate tocar, besar, deja que mi hijo se suba a tus rodillas, no me da miedo, deja que me monte en tu coche sin mascarilla, o me suba contigo en el ascensor, o que beba de tu cerveza, total, qué va a pasar. Y tú sientes que la cuerda se tensa, que quien no respeta el espacio ni la decisión a lo mejor no es tu amigo, que quien piensa que exageras porque te lavas las manos, o no acaricias a sus niños, no solo es un ignorante sino un peligro. No le vas a convencer aunque enumeres cifras, aunque hables de los sanitarios o de los voluntarios o todos los que han arrimado el hombro estos días. Es su obligación, te dirán. Vive y no pienses, te dirán también.

Disfruta al máximo por si volvemos a encerrarnos en otoño. Mientras, vas dando un paso atrás, para alejarte, para mantener una distancia de seguridad que no solo serán dos metros, ni metro y medio, sino una zanja enorme, una fractura en el tiempo, una grieta por la que acabas de vislumbrar que la imbecilidad es el virus más contagioso, más insolidario, y sobre todo, más dañino. Contra él el único confinamiento útil sería el que se aprovechase para leer algún libro, formarse un poco, dejar caer unas gotas de conocimiento en el terreno baldío de la peligrosa y árida ignorancia.

* Profesora y escritora