Al margen de la gran mancha cometida con el nombramiento frustrado del ministro de Cultura, condenado por no pagar a Hacienda lo reclamado, algunas señales del Gobierno de Pedro Sánchez son francamente sensatas, y desde el principio una de las que se advirtieron fue la elección clave de la nueva ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que era consejera en la Junta andaluza con Susana Díaz.

Detalle importante porque con ello Sánchez mandaba un mensaje a quienes creían que los criterios nacionalistas, de sueños de cupo económico, de cesiones multimillonarias para pacificar élites políticas territoriales como la catalana, iban a pesar en el nuevo rumbo político español por aquello de la conciliación, el diálogo, y acabar de una vez con la más fuerte tensión autonómica del momento.

En el Partido Socialista saben de sobra que es una formación no solo diríamos multiclasista sino por su propia raíz ideológica, marxista en sus inicios, casi comunista en los años 30, y socialdemócrata a partir de los años 70 por la influencia de las corrientes europeas del Estado del Bienestar alemán o sueco, es un partido antifronteras, con implantación y voto preferente en las zonas más desfavorecidas de España, como Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura, y sin licencia por tanto para permitirse coqueteo alguno con la superioridad e insolidaridad que siempre contiene el ideario nacionalista e identitario.

Invariablemente quien manifiesta en política ansias identitarias, dentro de un contexto geográfico democrático como es el español, oculta con ellas las económicas, y el deseo de administrar «su dinero» bajo un cierto imaginario también de que los demás son poco menos que unos inútiles manirrotos y holgazanes.

Quien pensaba que con el apoyo nacionalista a su moción de censura vería a un Sánchez claudicante y desnortado en ese sentido, no hay duda que dieron un puñetazo al ver a la consejera andaluza como custodia de la caja común de solidaridad -Seguridad Social, impuestos, fondos europeos--, y buena conocedora de la falsedad de los mitos y clichés sobre una España que presuntamente «nos roba».

La financiación autonómica, por tanto, cuyo nuevo modelo está caducado y hay que renegociar, no sería por tanto un coladero de orificios generosamente agrandados por la escalada delirante -jugar al póker de farol, como alguien ha confesado-- de los Mas, Puigdemont, y los peones bien financiados en la Asamblea Nacional de Cataluña o el Omnium Cultural.

Este viernes hemos visto otra confirmación del buen hacer de Sánchez. Un presidente del Gobierno, por cierto, al que ya hemos visto llevado al marketing político de hacer ‘footing’ por los jardines de la Moncloa, fotografiarse con su perro, y lo que nos queda por ver.

Entre carrerita y carrerita de la factoría donostiarra se ha conocido el nombramiento del extremeño Ignacio Sánchez Amor, ‘Nacho’, como secretario de Estado de Política Territorial en el ministerio de la catalana Meritxell Batet. Un buen contrapeso, si es que hiciera falta.

Sánchez Amor, diputado del PSOE por Badajoz, es un prestigioso político que huye de liderazgos porque entre otras cosas no va con su carácter y con su conocimiento de la vida interna de los partidos, y que ha desarrollado una buena carrera como número dos en lo técnico de Juan Carlos Rodríguez Ibarra; hubo un momento en que no estaba claro su mañana, y acabó siendo nombrado vicepresidente de la Junta con Guillermo Fernández Vara como consejero de Sanidad y Política Social.

En 2007 Vara no le mantuvo en su Gobierno, pero le situó como portavoz del grupo parlamentario socialista. Es una persona brillante pero también discreta, bien relacionada y partidario en su día de Eduardo Madina, lo que da idea del poso ideológico de Sánchez Amor, que en los últimos años, desde su papel en relaciones transfronterizas con Portugal y luego ampliadas a todo el continente, ha cumplido misiones importantes de observación para la Comisión Europea en territorios conflictivos.

Tiene una visión amplia y europeísta, socialista y humanitaria del problema de los refugiados, cuyos campos de barro ha visitado. Argumentos todos ellos favorables para poseer una perspectiva amplia, solidaria y de largo alcance sobre tensiones territoriales y voceros nacionalistas amigos de conflictos, pasaportes, fronteras y alambradas. El «Le Pen español», como definió en Mérida Pedro Sánchez a Quim Torra, no lo tendrá fácil para seguir siendo la misma correa de transmisión de Puigdemont.

*Periodista.