La repentina muerte de Tim Bergling, más conocido por su nombre artístico Avicii, un disyóquey sueco de 28 años, nos ha conmocionado a todos y todavía más después de escuchar el último comunicado emitido por la familia, donde deja entrever que el motivo de la muerte del disyóquey fue el suicidio.

Este acto nos muestra, una vez más, la horrible doble cara que tiene la industria de la música. Nosotros solo vemos su parte buena: los cantantes reciben premios, acuden a múltiples festivales, viajan por todo el mundo con sus conciertos y viven rodeados de infinitos lujos.

La industria musical es un mundo complicado en cuyas redes han caído numerosos artistas, que se han visto sometidos a muchos problemas por culpa de la presión y de sus propias inseguridades.

Las drogas y el alcohol son dos de los problemas más frecuentes que se suelen dar en estas personas. Ellos también son humanos.

Son personas como nosotros, que sufren y padecen, pero con la única diferencia de que ellos lo hacen en silencio.

Avicii se retiró de los escenarios para encontrar la felicidad que el dinero no le llegó a proporcionar. Y no encontró la felicidad, pero sí encontró la paz eterna.