Para preservar sus exiguas expectativas de triunfo, el candidato del Partido Republicano, el senador John McCain, necesita galvanizar a las bases conservadoras y, al mismo tiempo, seducir a la importante franja de votantes independientes o indecisos, incluidos los que siguen lamentando el fracaso de Hillary Clinton.

Para obtener el primer objetivo puso en órbita a la gobernadora de Alaska, Sarah Palin, cuyo discurso fue una requisitoria contra Barak Obama y una invocación de los principios que inflaman a la derecha religiosa, fundamentalista, uno de los pilares del partido del actual presidente George Bush y una novedad cada día más fuerte en el panorama electoral.

Para aproximarse al segundo, sin temor a las incongruencias, el senador por Arizona volvió a exhibirse como un maverick (inconformista o independiente en la jerga política) y lanzó un hábil llamamiento para terminar con "el rencor partidista", al mismo tiempo que se entregaba a la magia del cambio explotada por su oponente y colega demócrata y que hasta ahora le había dado buenos resultados a ése a tenor de lo que dicen las encuestas.

Esa estrategia bifronte tropieza con la cruda realidad que persigue a John McCain desde el inicio de su campaña: el aparatoso desgaste del Partido Republicano y la convicción popular, según todas las encuestas, de que la presidencia de George Bush ha sido un fiasco. Si la ruptura con el presidente parece poco creíble, el prurito de agitar la bandera del cambio y la reforma, luego de tantos años de hegemonía, resulta hasta sarcástico e incompatible con el programa convencional y las claves propagandísticas del candidato: rebajas de impuestos y críticas demagógicas contra el intervencionismo estatal; algunas notas patrióticas, como se espera de un héroe de guerra, y machacona letanía sobre la supuesta inexperiencia de su adversario.

A dos meses del veredicto electoral, tras haber escuchado a ambos candidatos a la Casa Blanca, no cabe duda de que la batalla se librará en el centro, en busca del voto no partidista y aún no decidido. Los debates televisados pueden ser decisivos. Ninguno ofrece un programa coherente, ideológicamente fundado, para abordar los ingentes problemas que acosan a la superpotencia mundial --desde la salida de Irak y el nuevo orden internacional a los déficits económicos--, sino un catálogo de buenas intenciones que no hieren el corazón del sistema.

No obstante, Barak Obama mantiene la ventaja de su juventud, de la conciliación racial, del cambio de ciclo político y de haber salido indemne de las frustraciones y los desastres continuados de los últimos ocho años.