La alegría de la ignorancia es como una droga (o como varias, mejor) que a ratos tiene efectos opiáceos y nos mantiene bien relajados y dormiditos; y a veces es como la coca y te provoca falsa energía y sonrisa tonta; por no hablar de los efectos alucinógemos, esos que te hacen sumergirte en una realidad ficticia o no-realidad, de risas estupendas, objetos multicolores y más grandes de lo que pensabas y escaleras que se mueven y no te dejan pisar los escalones y seres que parecen querer abrazarte...

Lo peor es el dolor de saber, de conocer. Y cuanto más sabes más te duele. De saber, por ejemplo, que en las tierras cercanas a San Vicente de Alcántara hay restos de gente que no tuvo un enterramiento digno; gente que tendría nombres y apellidos y familia y un futuro por delante (más o menos largo) que se borró de un plumazo; y sufrieron un desvanecimiento sin sepultura ni honores (que otros sí tuvieron), asesinados, desaparecidos, represaliados, perseguidos, y con el peso del olvido sobre ellos y con la carga del recuerdo inconsolado pesando como una losa sobre sus familiares y amigos. Un olvido asentado en el desconocimiento de parte de la historia, una traición a la memoria.

Y la democracia inmadura que no ha sabido quitar esa losa consolando a los parientes ni ha querido o sabido ni se ha atrevido a devolver la dignidad a esas víctimas; tan sólo algunas voces, tan sólo algunos hechos y sobre todo mucho trabajo poco reconocido. El resto, de juegos de patio de colegio, de borrón y cuenta nueva sobre los despojos de los muertos. Así se hizo, para no remover el pasado, dijeron; sí, para no incordiar; sí, para llevarnos a navegar por un río tranquilo mientras nos decían que era el mar. Y nosotros dormidos, fumados, mecidos por un arroyo que no sabemos dónde desembocará.

Prueben a saber escuchando el requiem Lacrimosa de Mozart . Van a sentir quizás un dolor en el fondo de su alma. Van a entender el derecho de todos a saber dónde están sus muertos y cómo murieron, y el derecho, también, a enterrarlos como es debido; sin más. Y entonces se habrá hecho justicia.

Algunos piensan que los pactos de la Transición fueron en gran parte un alucinógeno para hacernos tragar una realidad ficticia. Y en parte una gran adormidera también. Seguramente tengan razón.

*Periodista.