TQtuién atiende el dolor social que la crisis está provocando a las personas? Sí los seres humanos no obtenemos de nuestro medio físico lo necesario para cubrir las necesidades básicas, o padecemos diferencias que nos excluyen, esto nos duele. Afloran así multitud de sentimientos que no se saben manejar: culpa, rabia, miedo, frustración, vergüenza, tristeza e impotencia. La persona no se siente valiosa y pierde la fe en sí misma.

El dolor físico y social se está demostrando que comparten una fenomenología y base neural en común: La teoría de la superposición del dolor, así lo explica la Pain Overlap Theory.

La crisis agudiza los estados conflictivos de las personas (las pérdidas de seres queridos, de la salud, el trabajo...). El duelo y las pérdidas de toda índole, son procesos naturales, se afrontan en soledad y se alivian con el tiempo y el apoyo social y familiar, pero la exclusión social aísla a la persona y toda perdida se hace más difícil, más larga y dolorosa.

El dolor social, el rechazo, el aislamiento, la pobreza, no están catalogados dentro de los trastornos mentales, ni de los orgánicos, no es susceptible de ser atendido en atención primaria, y menos aún en salud mental totalmente saturada. Estas personas presentan problemas de autoestima, depresión, estrés o ansiedad. Son casos que demandan atención, pero saturan las consultas y provocan una disminución de tiempo en casos más graves. Tampoco pueden acudir a la red privada, porque estamos hablando de personas sin recursos, sin trabajo, y que se ven obligadas en muchas ocasiones a esperar en la cola de un comedor social.

Hace más de cuatro años que el Ayuntamiento de Mérida, al igual que muchos Ayuntamientos de España, incluyó atención psicológica en sus Servicios Sociales. Este mismo Ayuntamiento ha suspendido esta atención en diciembre pasado. He de decir aquí que esta decisión se me comunicó el mismo día que finalizaba mi contrato, sin muchas explicaciones. Dejé en la incertidumbre de la próxima cita a muchas/os usuarias/os; sé que no he sido yo, ha sido el Ayuntamiento, pero dado la relación terapéutica que se genera entre la persona y el profesional tengo la sensación de haberles abandonado, dejado a medias en su tratamiento.

Los pacientes me eran derivados principalmente por las propios trabajadores sociales, que valoraban los casos, ya que este personal es el idóneo para hacerlo, viven diariamente situaciones de muchísima dureza, siendo testigos en primera persona de este dolor social. Pero desgraciadamente no pueden tener repuesta para todo el que acude demandando ayuda, y los usuarios, se frustran, enfadan, desesperan, y en ocasiones lo pagan con los trabajadores. Más de una vez se ha llamado a la policía porque los nervios se han roto y la situación se ha vuelto incontrolable.

Para los trabajadores es muy duro, pues no pueden ofrecer lo que no tienen. Hay personal afectado, que a su vez ha pasado por mi despacho, porque toda esa conflictividad se transforma en estrés y ansiedad (el dolor también goza de empatía), y se sienten impotentes y muy poco amparados por la Administración.

Han pasado más de trescientas personas por el Servicio de Atención Psicológica: niños, adolescentes, jóvenes, adultos, mayores, parejas, inmigrantes, minorías étnicas, enfermos crónicos y terminales, ex presidiarios (el dolor expresado de muchas maneras, porque el dolor puede ser muchas cosas). Tengo conciencia de que se les ha ayudado. Estos usuarios sufrían, en muchos casos, las consecuencias no visibles del dolor social.

Los profesionales somos sustituibles, y más a expensas de políticas cambiantes, pero el trabajo que hemos dejado con las personas más vulnerables no debe serlo. Por eso desde aquí espero que el Ayuntamiento de Mérida sea sensible. La psicología es indispensable dentro de los Servicios Sociales para dar apoyo a la población más necesitada. Hay mucho padecimiento, mucho dolor físico y emocional que debe ser atendido. Una Administración no debe dejar sin protección, sin atención psicológica a los ciudadanos, y que su dolor se quede escondido, invisible, mudo y sin oídos que lo escuchen y puedan comprenderlo.