Un domingo insólito. Un séptimo día de la semana de frío como era el frío del invierno. Un día de fiesta en Cataluña diferente, no visto, con los asientos del Parlamento a rebosar, discursos y banderas diversas. Una víspera del lunes que tendrá, en Palma, un juicio distinto, aunque la justicia sea igual para todos. Un presidente del Gobierno y un gobierno en funciones, en España. Todas las calles con charcos por la mañana y por la tarde, añorados, gris de acero el color de los cielos, ventarrón que amenazaba, aunque no cumpliese. El cuenco de barro de muchas casas, sin flores.

No es buen momento para las flores, no hace tiempo para pasear, no acompaña el aire a rachas y, aunque los cántaros permanecen vacíos y los pájaros y los ríos pintados a manos, artesanalmente, esperen, sencillamente, otras coyunturas encima de sus mesitas y ventanales, hay gente que murió al amanecer y niños que nacerán por la tarde. El mundo gira. Pero no todo el mundo en el mundo se mueve y oscila. Un domingo de invierno sin un beso que llevarse a la boca, puede que fuese la noticia interior, la insufrible, la inaceptable.