Ignoro si este señalado día, por costumbre o tradición; por ser el pórtico de la Semana Santa; por carencia de formación litúrgica de los fieles; por el reclamo y difusión de las palmas y ramos, bendecidos en las misas; por el inicio de desfiles procesionales etcétera, el hecho es, que este día, las iglesias se abarrotan de gente a más no poder. Nada que objetar a tal participación. Lo que no es correcto, ni siquiera coherente, es que, a los ocho días justos, que se celebra el Domingo de Pascua de Resurrección --la fiesta de las fiestas, la fiesta por antonomasia, la fiesta más solemne e importante del calendario cristiano, mucho más que la Navidad, el Corpus o cualquier otra--, las iglesias, ni en las vigilias, ni en las horas del domingo, no se vean tan concurridas como el domingo anterior. Algo está fallando en la formación de los cristianos. Ninguna celebración tendría sentido, si Cristo no hubiese resucitado de entre los muertos, que eso es precisamente la Pascua. Si algún día del año no se debería faltar a misa o a la eucaristía, ese debería ser el domingo de Resurrección. Quede claro, pues, el deseo y mandato de la Iglesia: Domingo de Ramos sí; pero Domingo de Pascua, inexcusable para un cristiano de verdad.

Miguel Rivilla San Martín **

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