Las sacudidas de los partidos políticos hacen aflorar las medias verdades y los pecados escondidos bajo la manta de la opacidad. Los casos Gürtel, Millet, Palma Arena, etcétera, hacen perder la buena fe y la credibilidad política, si todavía existía, y reafirman a los abstencionistas consumados. Las donaciones que reciben los partidos políticos y sus fundaciones por parte de entidades privadas, bancos, cajas y particulares son un hecho habitual e histórico. La incógnita es, ¿a cambio de qué? Nadie regala por placer, por exceso o por altruismo. No estamos hablando de donativos a oenegés. ¿Se trata de la condonación de impuestos en la declaración de la renta? Idílico, pero no compensable. ¿Por qué tantas cautelas en preservar el anonimato y tantos lamentos cuando el fraude ve la luz del día? Entonces, unos por otros, todo son arrepentimientos, justificaciones de mala conciencia y urgencias para legislar sobre las fuentes del poder económico de los partidos. Sin donaciones no habría compensaciones, es decir, corrupciones. Legalidad, ética y transparencia. Tres valores muy bonitos en el escaparate de los políticos, mientras no los atrapen con las manos en la masa. Los electores no saben de dónde salen los montajes electorales millonarios del partido al que votan. Esto es la democracia a medio camino, porque no manda quien vota, sino el que se impone con más recursos. Es el momento de cambiar el mecanismo electoral de las listas cerradas por las listas abiertas o nominales. Votar personas, no candidaturas. Solo con la transparencia de cada persona, sin esconderse bajo la manta del partidismo, el votante volverá a las urnas y recuperará, posiblemente, la confianza en sus representantes.

Ramón M. Sanglas **

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