XExl olvido habita en la actualidad, en la efímera portada de los periódicos y el inmisericorde ritmo de los telediarios. En las tertulias radiofónicas y el griterío del Congreso, en las direcciones nebulosas de las editoriales y los sellos discográficos. En los estrenos de cine y la pasarela Cibeles, en los escaparates ampulosos de la Gran Vía y el correr del metro. Ahí, en el bullicio ominoso del grisáceo caparazón urbano, habita el olvido nuestro de cada día.

Estéril de memoria, abortando nuestro recuerdo, el devenir devanea su ampulosa inconsciencia en un busto parlante que nos cuenta hoy el debate sobre el Estatut, para ofrecernos mañana un viaje a ninguna parte. El horizonte posible, probable y preferible queda reducido al impresionante partido que jugó el sábado la selección para ese mundial que nunca ganamos. Así se las gasta el presente, mintiéndonos futuros a la vez que asesina con endiablada rapidez al impotente/imponente pasado.

Hay que vender novedad para que el público consuma masivamente. De nada sirve nuestro ordenador hoy porque mañana será superado por no sé cuántos bytes de RAM. Queda el disco duro del alma aparcado en el insomne garaje de un olvido instaurado por el márketing. La perorata del poder nos cautiva vendiendo lo nuevo como bueno y lo viejo como renovable. Así, en la residencia de nuestro anciano cerebro, ingresamos el pasado de un mundo enfermo de primicias.

Entre el estruendoso discurso de un Rajoy fuera de juego y el amable aleteo del talante inmarcesible, se ha ido consumiendo octubre para alumbrar un noviembre tan deshojado como desorejado. Ante el presumible bombardeo mediático/estatutario que nos espera les propongo, queridos lectores, que el fulgor de la tele no les haga perder el rumbo, porque aunque el Estatut parezca ahora lo único opinable y noticiable, hoy siguen viviendo emigrantes al otro lado de la valla, o muriendo de frustración bajo una losa de silencio magrebí; siguen los terremotos y huracanes pasando factura a la pobreza, e Irak continúa señalando muertos en su particular calendario de horror. Pasados los chapapotes del no a la Guerra sigue combatiéndose en el mundo por los mismos intereses que en Irak --si es que allí se ha dejado ya de combatir-- y sin embargo la calle se calla gritando un silencio pagado por no sé quién. Den la vuelta a la actualidad, pónganla patas arriba y vayan al lado oscuro del olvido para recordar las muchas dudas del 11-M (que siguen palpitando pese a todos), o imaginen a los vecinos de un Carmel derruido por el silencio de una prensa catalana que ha hecho mutis por el fórum.

Pregúntense por la situación vasca, que sigue aún más candente que la catalana, o por la misteriosa negociación con ETA. Recuerden cómo, por qué y hasta cuándo seguirá encallado el proyecto de Unión Política Europea que fracasó en Francia hace ya demasiados meses-siglos . ¿Y el drama de los astilleros, y la subida del petróleo que nos asfixia a todos en general y a camioneros o agricultores en particular, y las excelencias de las desaladoras con que se nos quiso convencer del pernicioso trasvase? ¿Dónde están? ¿Se acuerda alguien? Sólo estamos pendientes del combate por el Estatut, los estrenos de los viernes y el partido de la selección. Cuando toda esta tormenta pase, mañana nadie se acordará de Zapatero y su orfeón nacionalista, de la película que vio aquél viernes de octubre y del gol que metió Raúl para clasificarnos. Lo malo de la desmemoria es que puede acabar pasándonos factura.

En 1932 Luis Cernuda publicó su mejor libro de poemas, ¿Dónde habite el olvido? , desgarrado grito irredento de una España a la deriva. Años después, sumido en la tramoya triste del exilio, el mejor Cernuda acabaría comprobando que la morada del olvido siempre es la actualidad. En ese calvario fugaz de los días donde la memoria muere desollada por el calendario, palpita nuestra verdadera historia esperando que alguien la rescate. ¿Seremos los historiadores? ¿Serán los periodistas, sociólogos, filósofos? Será todo aquel que se atreva a dialogar, cara a cara, con ese reguero de silencios que deja el imparable correr del tiempo.

*Profesor de Historia Contemporánea

Universidad de Extremadura