Se habla mucho sobre la controversia de si los deberes son buenos o no. Frente a la idea de que suponen una gran herramienta para conseguir mejoras significativas en el rendimiento escolar, hay quienes consideramos que no sirven para lo que dicen servir.

En la mayoría de casos sirven para dicotomizar el contenido que no es posible dar en el aula. Es curiosa la alusión que diversos expertos hacen al sentido común a la hora de tener en cuenta los deberes. Hablar de sentido común en educación es como pretender hacer limonada con castañas. Otro aspecto que muchos expertos defienden arduamente es la consecuencia que supone la realización de deberes de forma independiente en casa para poder lograr una mayor autonomía. De ser cierto, ¿dónde queda el trabajo cooperativo? No tiene sentido educar para la vida si formamos a personas que están acostumbradas a dar lo mejor de sí de forma aislada. Tal vez el problema no reside tanto en el hecho de si los deberes deberían formar parte de la práctica educativa.

No es lo mismo hablar de ejercicios que surgen como imposibilidad de enseñar todo el contenido, que de proyectos grupales, fruto de la reflexión y establecidos de forma puntual. Somos seres sociales por naturaleza; vivimos, amamos, disfrutamos y aprendemos con los demás. No tiene sentido caminar solos.