TCtada año el otoño trae a mi pueblo, y a otros pueblos de Extremadura, el sonido de las escopetas y la rabia de las rehalas, que al grito de su rehalero se adentran en el monte tras el rastro de las reses, que de manera engañosa son conducidas al punto de mira de alguna escopeta, que si el día es afortunado quizá hará diana y abatirá algún preciado trofeo.

Esta histórica y tradicional costumbre, muy arraigada en Extremadura, siempre me ha hecho reflexionar acerca del sentido de la misma, de si realmente el interés económico que nos dicen tiene es tal o cual, sin negar que, evidentemente, esta actividad genera cierto negocio, casi siempre orientado en la misma dirección, y por lo que tengo entendido muy útil para empresas que están fuera de nuestras fronteras.

La cuestión es que Extremadura ha evolucionado de manera sistemática en los últimos 20 años, nos lo recordó Zapatero en el debate sobre la reforma del Estatuto catalán, y miremos hacia donde miremos es algo que se palpa. Sin embargo, hay algo que no ha cambiado, y es que la mayor parte de la superficie agraria y forestal está en manos de unos pocos, que normalmente viven fuera de Extremadura y que en esta época, suelen acercarse al cazadero, acompañados de importantes escopeteros vinculados a sectores tan boyantes como el político, el financiero, la construcción y los grandes grupos que cotizan en bolsa.

Cuando uno repasa algunos informes de la Unión Europea, del impacto de la política agraria comunitaria y de sus consecuencias, no deja de sorprenderse de que la mayor parte de los fondos se destinan a muy pocas personas, que por otro lado, cada vez más, incrementan su patrimonio, mediante operaciones de compra que advertimos y conocemos perfectamente los que en el medio rural moramos.

Este progreso y avance generoso, choca con la cada vez más sufrida agricultura, que año tras año, obliga a los más débiles, los agricultores de verdad, a tener que cortar carreteras y a viajar hasta los centros políticos y de decisión para manifestar sus justas reivindicaciones. También es antagónicamente opuesto a las políticas de subsidios en el medio rural que tanto ha dado que hablar y que, en perjuicio de nuestra región, a mi modo de ver, ha generado un nuevo grupo o clase social, acomodada y sin capacidad de generar proyectos de futuro, en claro detrimento del desarrollo económico y social de estos territorios.

Supongo que la propia dinámica de las políticas agrarias europeas, cada vez más exigentes y restrictivas, así como las acciones de desarrollo rural que en estos momentos se planifican y regulan, permitirán a nuestros pueblos, de manera especial a los jóvenes y mujeres, a cambiar el chip y apostar por una nueva fórmula de empleo, basada en la diversificación económica y en el aprovechamiento de los recursos endógenos.

El otro asunto, el de las grandes propiedades, es harina de otro costal , es un asunto de delicado tratamiento y no voy a ser yo el que proponga cuál debe de ser el camino para que, de alguna u otra manera, se permita un reparto más equitativo de los beneficios que, año tras año, generan tan afamadas haciendas.

*Técnico en Desarrollo Rural