Mi padre fue de izquierdas. La familia de mi madre, de derechas. Entiendan que cuando leí el poema de Machado que dice lo de las dos Españas decidiese no tener el corazón partío. Enseguida decidí que había por lo menos tres. La que fríe, la que asa, la que cuece. Yo soy gallego, pertenezco a la que lo hierve todo. La carne y el pescado, la verdura e, incluso, a veces, se cuece a sí misma en su propia salsa con las otras dos.

Sin embargo, pronto advertí que los gallegos, tan adictos al hervor como reacios a cualquier fervor, nos adentrábamos en los arcanos del churrasco. Lo debimos al regreso de los emigrados a la Argentina durante la primera mitad del siglo XX. Más tarde, cuando las Españas ya fueron 17 y esto empezó a marchar, es decir, cuando Galicia comenzó ese desarrollo que ahora tiene, pude comprobar que por el mundo adelante se instalaban el lacón con grelos y el pulpo á feira , resultado que son de nuestros fervores más seculares y discretos. Lo que comento es el resultado de lo que ahora se llama diálogo intercultural.

Sospecho que las culturas, mal que bien y de un modo u otro, dialogan siempre. Penetran unas en otras, se fecundan y recrean. Incluso a veces, como resultado de tanta coyunda histórica, se producen partos difíciles o prematuros, abortos legales o ilegítimos, engendros y disparates varios. Así es la vida. También hay defunciones, claro. Siguen siendo consecuencia de la vida. Lo mismo vale para la política, expresión que es de la vida y la cultura.

XQUIENES NOx suelen dialogar mucho entre sí son las diversas fes, los distintos credos, incluso los políticos, los totalitarios, que devienen siempre en religiones y que, en tantas ocasiones, se amparan en las propias culturas. Cuando la cultura o la política se convierten en una cuestión de fe, en una religión, aparecen de forma inevitable las castas sacerdotales que afirman, con solemnidad extrema, que es a través de ellas por medio de quienes resuenan las voces de los distintos dioses. Es lógico pensar que, al menos esos dioses, en vez de haber creado a los hombres a su propia imagen y semejanza, hayan sido creados por estos, ya que no a la suya, sí a la exacta medida de sus intereses.

Lo que sucede con las culturas, siempre en continuo diálogo e intercambio, siempre expuestas a los designios divinos, sucede también con la política, al menos con algunos conceptos o maneras de entenderla. Los ciudadanos dialogan entre sí, cohabitan, reproducen sus ideas o deciden optar por la adopción de las ajenas, nacen unas, envejecen otras, e incluso hay resurrecciones y aparecidos, fantasmas y psicofonías varias.

Durante los últimos cuatro años, en esas dos, tres o 17 Españas que constituyen las diversas expresiones de la misma realidad, se produjo un diálogo intercultural y político continuo que ha tenido su manifestación llamémosle interna, pero también aquella y necesaria que podríamos denominar externa, la llamada diálogo o Alianza de Civilizaciones, tan necesaria una como otra. Resulta ilustrativo viajar por el mundo y escuchar la valoración que la gente hace de nosotros, de los españoles como conjunto expresivo y compendiado de las distintas realidades que componemos. Se han dado cuenta de que conducimos de otro modo, convivimos de distinta manera, nos casamos o nos divorciamos con libertad e independencia de nuestros sexos y en función de nuestros propios e intransferibles sentimientos, bebemos de acuerdo con normas y pautas que ignorábamos, tenemos leyes de dependencia y de igualdad que nunca nos atrevimos a soñar, en fin, que hemos cambiado, que hemos aprendido a ser más ciudadanos, menos súbditos, más personas. Que hemos mejorado mucho en el aprendizaje de esa asignatura pendiente que es la educación en la ciudadanía.

Es ahora, en este justo momento, cuando surgen las voces de quienes dicen hablar en nombre de los dioses y se expresan políticamente. Lo hacen incluso en nombre de esos dioses que se nos ofrecen creados a imagen y semejanza de ellos mismos. ¿Con qué autoridad moral lo hacen? Con muy poca o con ninguna. Pertenecen a una de las dos Españas que helaron el corazón de nuestros mayores y que tiene que haber quedado ya definitivamente atrás. Son fantasmas del pasado. La jerarquía eclesiástica es eso: jerarquía. Daría la impresión de ser algo alejado de la Iglesia, del conjunto de los fieles. Incluso han recuperado la estética de antaño, las voces del pasado. Si Juan Pablo II dijo que el infierno era una situación, no un lugar, Benedicto XVI , ese intelectual, ha afirmado que se trata de un lugar, no de una situación. Se ve que quieren devolvernos a él. Necesitan de un infierno al que enviarnos. Nosotros, no.

Conviene no olvidarlo en las fechas que se avecinan. Están convocando nuevamente a la cruzada, ellos, los que ampararon y amparan las manifestaciones de terrorismo más significadas de Europa. Las habidas en Irlanda, Euskadi y Córcega, curiosamente lugares de un catolicismo secular e integrista. Lo hacen en nombre de una fe que ocupa una geografía mental imprecisa y cambiante según los tiempos y los días lo demanden y amparándose en una cultura que declina.

Debemos seguir optando por la convivencia y el diálogo, por el intercambio de ideas y de pareceres, respetando las creencias religiosas y políticas de nuestros semejantes. Está en juego algo más que una crisis económica, que no es únicamente local y pasajera, sino un modelo de convivencia y desarrollo que nos permite andar ufanos por el mundo. Convendrá tenerlo en cuenta. Mejor continuar sin tener el corazón partío y sin tener que cocernos, una vez más, en nuestra propia salsa.

*Escritor