Diríase, a la vista de los recientes resultados electorales en el país vecino, que hay dos Francias como hay dos Españas y posiblemente dos Bélgicas, dos Italias o dos Rusias, pero la elocuente aritmética del escrutinio no basta para establecer una linde política tan nítida entre una Francia y otra como la que divide, bien que artificialmente en muchos casos, a la sociedad española. Por ejemplo: el tal Sarkozy , conspicuo reaccionario, se opuso y se sigue oponiendo a la guerra de Irak, y lo hace por la misma razón que animó a sus correligionarios Chirac o Villepen , o a su antagonista ideológica Ségolene Royal , por patriotismo, esto es, por esa singular mezcla francesa de pragmatismo y decoro nacional. Aquí, esa guerra brutal e ignominiosa a la que nos condujo la ambición y el ansia de protagonismo del expresidente Aznar , ha servido para sondar y profundizar el abismo entre derecha e izquierda, entre una España y otra, en tanto que en Francia su unánime rechazo a ella es indicio, y bien admirable por cierto, de cohesión nacional.

Otra cosa es, ciertamente, la deriva conservadora que se advierte en los resultados de la primera vuelta de las presidenciales francesas, algo natural en tiempos de crisis de identidad y de desconcierto ante el futuro, cuando las sociedades buscan un padre fuerte, adusto y tronante que les defienda del propio miedo a las acechanzas del destino. No obstante, cualquiera que conozca un poco la mecánica política y electoral francesa sabe que en la segunda vuelta, vencidos los fantasmas iniciales y vencida también la visceralidad en beneficio de la razón, los resultados pueden ser muy otros, siendo previsible que Sarkozy se quede con sus votos y con los de Le Pen , en tanto que la candidata socialista recogerá los de toda la izquierda que no le votó en la primera vuelta, más los de buena parte del centro emergente. En quince días, pues, las dos Francias volverán a encontrarse, pero a diferencia de aquí volverán literalmente a eso, a encontrarse.