Dramaturgo

Me uno al llamamiento de las familias de los soldados heridos en Diwaniya y me pongo una pegatina: ¡Que vuelvan, ya! Me uno a las familias y a las víctimas del terrorismo y me pongo otra pegatina: ¡ETA, no! Y me uno a esas familias y a millones de familias y me pongo otro pegatina: ¡Guerra, no! ¡Mentiras, tampoco! A lo que no me uno es a la deleznable maniobra de maniqueismo que quiere hacer dos Españas con dos temas que repugnan por igual a todos, la ignominiosa guerra de Irak y la insoportable realidad del terrorismo. Me estremezco cuando leo algunas declaraciones en las que bajo el pretexto de defender la libertad de expresión se demonizan las formas de ejercerla.

Los crímenes de ETA, la complicidad de sectores sociales y políticos con esos crímenes, la situación de falta de libertad que viven miles de ciudadanos dentro y fuera del País Vasco, y, sobre todo, la profunda herida que sufren y sufrirán las víctimas, sus familias y allegados (que creo que somos todos) no pueden ser argumentos de inaudita frivolidad para descalificar en precampaña electoral a quienes un día, hace un año, denunciaban otra realidad grave: la manipulación en torno a la guerra de Irak.

Quiero recordar que las cifras millonarias de manifestantes contra la guerra que pudimos contemplar entonces, son las mismas que contemplábamos cuando la ciudadanía salió a la calle con las manos pintadas de blanco para denunciar a los asesinos de ETA. En muchos ciudadanos entre los que me encuentro, perviven con la misma intensidad estos dos sentimientos de repudio, de asco y rabia. Quienes se empeñan en aislar sólo uno de ellos para hacer carrera, son sencillamente unos indeseables.