WLw os primeros días de José Montilla son estudiados como si cada gesto fuera a transmitir un mensaje en clave, una señal sobre el desarrollo futuro de la legislatura. Llega el Día de la Constitución y se abre, para el presidente catalán, un nuevo interrogante. Asistiendo (como así ha sido) a la recepción ofrecida por el Congreso y el Senado, es tachado de seguidista, "sin personalidad propia", como ha declarado Artur Mas. Si no hubiera asistido, la renuncia protocolaria seguramente se habría leído fuera de Cataluña como una afrenta. Lo cierto es que un acto como el de ayer ha tenido, a lo largo de su historia, presencias y renuncias notables. Hace unos años, Joaquín Almunia, a la sazón líder del PSOE, no acudió. Ese mismo año, 1999, tampoco estuvo en Madrid el entonces presidente valenciano, Eduardo Zaplana. Maragall nunca asistió a la recepción y Pujol se presentó en el Congreso alguna vez, pero luego prefirió celebrar el aniversario en su región. Conmemorar la Constitución con la presencia de la más alta representación de Cataluña es una apuesta decidida por una relación menos tensa, más cordial, con los poderes estatales. Una dosis de normalidad. El hecho de que Montilla asistiera a la recepción institucional, en Madrid, de los actos que conmemoran la Constitución de 1978 debe entenderse como una apuesta por contribuir, desde Cataluña, a un Estado más abierto, plural y sensible a las distintas realidades. El gesto de Montilla transmite la clave de una convivencia respetuosa y alejada de la crispación. No entender este gesto supone seguir en la anormalidad.