Nos reíamos, relativizábamos, mirábamos a los chinos vestidos con trajes blancos de desinfección y mascarillas y hacíamos chistes y vídeos graciosos que pasábamos a los colegas por el móvil. Dicen que la risa aleja el miedo, que se trata de una cualidad española para burlarse del mal augurio, pero de repente se no heló el rostro: los muertos empezaron a aflorar lo mismo que los contagios y ya no estaban en Asia, ni siquiera en Italia, los teníamos en Cáceres, en Badajoz, en el pueblo. La Policía tomó las calles para preguntar a todo el mundo dónde iba y los empresarios empezaron a hacer números para ver hasta dónde podían aguantar antes de presentar un ERTE o directamente cerrar su negocio. Fin de la guasa, el coronavirus nos ha dado una lección de realidad y nos ha hecho sentirnos más humanos, demasiado humanos. El sueño en el que vivíamos, preocupados por tonterías como el enfrentamiento político a derecha e izquierda o las amenazas independentistas se ha esfumado. Hemos entrado de repente en la cruda realidad; un escenario desconocido que, a fecha de hoy, no se sabe cuándo va a terminar y cuántas víctimas va a llevarse consigo.

Hay gente que pensaba hasta hace apenas dos o tres días que estaba inmerso en una película de ficción, que no era para tanto el confinamiento que imponía el gobierno y que todo pasaría antes de que lo se esperaba, Ahora, el silencio de los barrios o de los pueblos es ensordecedor, no se ve gente por la calle y la que hay mira de soslayo y con sospecha a todo aquel que se le acerca. Nuestra visita al supermercado se nos antoja de ciencia ficción: clientes con mascarrilla y con guantes y respetando una prudencial cola de 2 metros, y dependientas cubiertas con plásticos hasta la coronilla. Hay teletrabajo (quien lo pueda hacer) o si no en casa encerrado, con los niños, los cuales hartos de deberes por encargo no saben aún cuándo van a poder volver a su anhelado colegio.

No es tiempo de criticar. Es el momento de aunar esfuerzos y atajar esta crisis lo antes posible. Hay que agachar la cabeza y aceptar con resignación cualquier orden que se nos imponga. Todos vamos a sufrir, pero sobre todo aquellos que pierdan un ser querido y que, encima, no puedan ni despedirlo al estar vetados los duelos. Esta pandemia va a servir para muchas cosas, primero para determinar medidas de control mucho más rápidas y efectivas, y segundo para saber qué hay que hacer y qué no cuando una crisis de esta naturaleza nos aceche.

Porque la prudencia es algo que conviene llevar a gala si se ostenta una responsabilidad. Y no se trata de exagerar y cerrar las calles o clausurar eventos antes de tiempo, pero sí en su justo momento porque, a las pruebas me remito, aunque no supiéramos el alcalde de la tragedia que teníamos encima de nuestras cabezas, es cierto que se tenían que haberse arbitrado medidas mucho antes. La ciudadanía no quiere que se limiten sus derechos, el pueblo español es por naturaleza de no quedarse en casa, pero el ser humano ante todo lo que quiere es vivir y desea que se proteja a sus seres queridos, sobre todo a los más débiles y vulnerables.

Habrá tiempo de rendir cuentas y ver qué papel ha jugado cada cual en esta crisis, unos por acción y otros por omisión, lo mismo que aquellos otros que han tratado de sacar tajada política de la desgracia. Porque una cosa tengo clara: esta catástrofe, cuando pase, que pasará, no será en balde; y una vez enterrados los muertos y salvados los enfermos, habrá juicio social. No me cabe ninguna duda.

Es el momento de darse cuenta de la buena sanidad que tenemos, de la profesionalidad de nuestros facultativos en el sistema público y del sostén que es capaz de proporcionar el Estado cuando se suceden acontecimientos como el que estamos viviendo. Es verdad que nadie se acuerda de Santa Bárbara hasta que truena y que cuando nos hablan de recortes en Sanidad pareciera que nos estuvieran hablando de limitar el uso de gasas y esparadrapo, pero visto lo visto habrá que sentarse alguna vez y repensar de una vez por todas qué tipo de sanidad queremos y cómo la vamos a pagar. Porque son en estas situaciones, --al ver que el barco se llena de agua y no se da abasto--, cuando nos damos cuenta la de manos y recursos que aún nos hacen falta.

Dicen los expertos y las autoridades sanitarias que lo más grave está por venir, que todavía no hemos llegado al 'pico' máximo de contagio y la famosa curva tardará aún tiempo en cambiar su tendencia. Viendo el espejo de Italia me temo lo peor porque la forma de atajar la crisis es prácticamente la misma. Así pues, agárrense, respeten las normas de confinamiento y quédense en casa salvo que sea totalmente necesario salir a la calle. También está a examen el comportamiento de los españoles, y ahí como colectivo más de una vez dejamos bastante que desear.