Whatever It takes». Lo que sea necesario, para preservar el euro. Esta frase define el mandato y el legado de Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo (BCE). Con esta frase pronunciada en 2012 detuvo el ataque especulador sobre el euro en lo más crudo de la crisis de deuda soberana. Con esta frase, Draghi convirtió al BCE en una entidad que velaba por los intereses europeos y no de los países miembros con un objetivo: proteger la moneda común dentro de una arquitectura institucional y de gobernanza que dista mucho de estar lo unificada que debería estar. Cuando la crisis azotó con fuerza al euro y los países de la eurozona en sus diferentes reencarnaciones, Draghi forzó los límites del mandato del BCE para desarrollar una política monetaria expansiva y convertirlo en prestamista de último recurso. Para la historia quedan decisiones trascendentales como la bajada de tipos de interés hasta valores negativos, la inyección masiva de liquidez en la banca para volver a engrasar el mecanismo del crédito y la compra de deuda pública y privada por valor de 2,6 millones. No ha sido tarea fácil para Draghi. Ha contado con la oposición de los ortodoxos y defensores de la austeridad a ultranza, que propugnaban una política monetaria limitada y que lo han combatido hasta su última decisión, la reactivación de la compra de deuda a partir de noviembre ante la ralentización de la economía. Deja a su sucesora, Christine Lagarde, un BCE dividido entre críticos y partidarios de su gestión. Pero también forma parte de su legado una institución moderna y preparada para los nubarrones que amenazan grave tormenta.