Este año, el inicio de las vacaciones oficiales ha estado marcado por una suma de conmociones colectivas de largo alcance. De nuevo el hambre, en el Cuerno de Africa, más asociada a la guerra que a la propia sequía. La matanza de Noruega, el país que tiene los niveles de bienestar asegurado por más tiempo. En el capítulo de los dramas, destaca por encima de todo la peligrosa negativa de los republicanos a permitir que los ricos contribuyan un poco más a las exhaustas arcas públicas, y a través de ellas a la solidaridad interna. Hay más dramas y tragedias, pero estas bastan para amargar el verano a cualquiera.

¿Cómo podemos irnos de vacaciones con todo lo que está ocurriendo? En buena parte, las necesitamos porque ocurre todo esto, porque pasa más aún en el capítulo de tantas existencias personales y familiares. A los humanos nos hace falta desconectar, incluso de nosotros mismos.

No desconectemos sin hacer antes algunas consideraciones sobre la tragedia más impactante y difícil de comprender. ¿Por qué tenía que pasar en Noruega, precisamente en Noruega, el país del Nobel y las conversaciones de paz? En Noruega, uno de los lugares más civilizados, más ricos, con menos delincuencia, con mejor gestión de los inmensos recursos. En Noruega, quizá el único lugar del mundo donde las generaciones venideras tienen el futuro asegurado, gracias al fondo de inversión de los excedentes del petróleo. Pues ha sucedido allí. Y no por causa del terror islamista, sino a caballo de la ideología de la extrema derecha xenófoba.

He ahí el punto crucial. No se trata de un loco sino de una corriente que ha llevado a un desequilibrado hasta donde llegan los extremismos y los fundamentalistas. A matar. A matar de forma premeditada y planificada. A matar con plena conciencia y justificación de los actos criminales. A matar, si es posible en masa. Las ideologías en cuyo nombre se mata no son inocentes. Los líderes de la extrema derecha xenófoba no tienen las manos manchadas de sangre; las ideas, sí. Quizá la siguiente comparación ayude a explicarlo. Las ideas antidemocráticas y destructivas de la convivencia son como las bolas negras de los bolos. Quien las coge y las lanza no se puede lavar las manos si van hasta el fondo del pasillo y tumban algunas figuras. Las ideas no matan, pero algunas son peligrosas, mucho más que otras, porque conllevan corredores lógicos que conducen a la destrucción por la senda de los razonamientos encadenados. Hay pues que vacunarse contra ciertos principios, contra todas las ideologías extremistas. El cordón sanitario no es solo policial. También, o principalmente, hay que establecerlo en la política, en la red y en los medios de comunicación. Tener un pie en el centro será cada vez más una condición necesaria para poder llamarse demócrata.

Cambiemos de continente. Desde que el economista Amartya Sen demostró que el hambre en Africa era un arma de exterminio y no una fatalidad de la naturaleza, ya no podemos engañarnos sobre su causa primera: los señores de la guerra, instigados y armados por poderosos occidentales que sacan grandes beneficios, cierran el paso a la ayuda humanitaria. Ninguna ley o tribunal les persigue, aunque son culpables de crímenes contra la humanidad, en grado de instigadores necesarios.

Hace unas semanas publiqué en este espacio un artículo sobre el cambio de ciclo. Desde la caída del muro de Berlín, el mundo ha virado hacia la derecha. Pues bien, esta crisis equivale, y no me parece que confunda deseos con realidades, a la caída del muro de la derecha que ha tenido como objetivo acumular riqueza en la parte de arriba de la pirámide social. Todavía creen que galopan y que les queda terreno por recorrer, pero cada vez toparán con más dificultades. ¿Un síntoma? Todos los empresarios que conozco, y son unos cuantos, braman contra los culpables y los encubridores de la crisis con los mismos argumentos de los indignados. Costará un poco, pero los mercados volverán a ser regulados y los ricos se quedarán sin tantas vacaciones fiscales. En Estados Unidos se resisten. Seguro que los de la derecha feroz aún ganarán batallas, pero ya han perdido la hegemonía intelectual.

El egoísmo casi ilimitado de los humanos es la causa principal del sufrimiento de la especie. La generosidad es, por contra, la principal fuente de bienestar. Pero en este combate el egoísmo sale con una ventaja ancestral, mientras que la generosidad es cultural. El egoísmo es bárbaro; la generosidad, algo que avanza con la civilización. Avanza, pero no sin grandes esfuerzos, enfrentada a enemigos más poderosos, pero también más peligrosos. A menudo retrocede, como en los últimos decenios en Occidente, pero cuando se quita la careta aparece una verdad que de nuevo le insufla ventaja: no encontraremos nunca la brutalidad asociada a la generosidad.

Quería haber escrito más sobre las vacaciones, pero quizá era necesario un pequeño exorcismo para ahuyentar a los ángeles de la mala conciencia y disfrutar, a pesar de todo, del verano. Quien pueda, tanto como pueda. Quien no pueda, también tanto como pueda.