XDxentro de un mes, aproximadamente, se celebrará el referéndum sobre la Constitución europea. Y uno, ciudadano que procura cumplir con sus obligaciones, se halla ante un dilema. Y mira a su alrededor y, la verdad, no encuentra que tal consulta despierte gran interés entre sus convecinos. Y recuerda el último referéndum celebrado en España, el de la OTAN, u organización atlántica , como con evidente afán edulcorante denominaron entonces a la susodicha quienes habían dado un giro de 180 grados a sus posiciones y defendían nuestra adhesión al conglomerado militar dirigido por los Estados Unidos.

El resultado de aquel referéndum constituyó la prueba más evidente de cómo un inteligente uso de los medios de comunicación de masas, particularmente de la televisión, puede producir en pocas semanas el vuelco total de la opinión pública.

Como recordarán los menos jóvenes de nuestros lectores, pues de aquello hace ya casi 20 años, tras una campaña de presión insoportable por todos los medios habidos y por haber, que llegó a su punto culminante con un programa especial en TVE pocas horas antes de que se abrieran las urnas, terminó venciendo el , cuando pocas semanas antes todas las encuestas vaticinaban el rechazo mayoritario de la población a aquella OTAN a la que el propio PSOE, de entrada , había dicho no .

Pocos años después, por cierto, y siendo secretario general de la benéfica institución Javier Solana, sus aviones bombardeaban, además de otros objetivos como puentes y centrales eléctricas, la sede central de la televisión serbia.

Hoy, ante el referéndum sobre la constitución europea la situación es radicalmente distinta. No sólo porque el asunto no presente el dramatismo que hubo hace veinte años sino porque, a mi juicio, la opinión pública al respecto es sencillamente inexistente. Por mucho que algún que otro político más o menos profesional pretenda lo contrario. Europa, esa meta que a tantos nos parecía inalcanzable en años ya lejanos, está aquí, entre nosotros.

Formamos parte de ella. Pero, me temo, como formaríamos parte de una asociación cultural o de vecinos. Sin la menor pasión. Sin que nos desvelen sus avatares. ¿De veras recuerda alguien, por poner un ejemplo, qué parlamentarios elegimos para instalarse en nombre de todos nosotros en Estrasburgo?

De modo que como poca gente se leerá el pesado documento sobre cuya aprobación se nos va a preguntar, no será temerario suponer que el nivel de participación en la consulta y el resultado de la misma dependerán exclusivamente de la campaña publicitaria que se haga. Como de lo que se anuncie en la tele un nuevo detergente dependerá cuánto se venda. Y ahora que el PP y el PSOE parecen vivir una luna de miel e ir de la mano en algunas cuestiones importantes, ni siquiera el atractivo morboso propio de campañas electorales ordinarias, con los candidatos tirándose mutuamente los trastos a la cabeza, despertará el interés de los electores. Alicientes nulos, pues.

En conclusión: que si uno quiere votar el próximo día 20 de febrero con conocimiento de causa no le quedará más remedio que irse estudiando, desde hoy mismo hasta entonces, el pesado tocho sobre el que se nos pregunta. Y si, consciente de que el esfuerzo requerido para votar sabiendo qué se hace es notable, no está uno seguro de querer hacerlo; o piensa que le están dando el plato ya cocinado, al estilo lo tomas o lo dejas , sólo le quedan dos posibilidades. O bien se pone el día 20 mansamente en fila ante la urna, con el bien preparadito desde casa, dispuesto a hacer lo que nuestros sabios políticos nos piden, o aprovecha que ese día es festivo para darse un paseo por el campo, que ya estará casi primaveral. Aunque al hacerlo se corra el riesgo de que algunos le llamen pasota . ¡A estas alturas?!

*Profesor