No puedo acostumbrarme a contar muertos. Entiendo que siendo periodista hace más de 25 años y transcurridas ya varias semanas con decenas de víctimas por coronavirus debiera ser más llevadero, pero soy incapaz de normalizarlo, de hacerlo noticia y quitarme de en medio. Cada mañana, cuando aparece el parte de Sanidad me sobrecoge la cifra. Y luego más tarde, tras extrapolar el dato a Extremadura e informar de las víctimas de Cáceres, de Badajoz, de ese pueblo o del otro, no puedo por menos que horrorizarme con lo que está pasando ante nuestras propias narices. El ejercicio del periodismo permite a los informadores estar en primera línea de lo que pasa, en el día a día de lo que transcurre en nuestras calles y plazas. Es más, esa faceta en el periodismo local y regional se agranda por cuanto que las personas de las que hablamos son, en más de una ocasión, gente que conocemos de forma muy directa. Amigos, contactos e incluso familiares forman parte de nuestras informaciones del periódico, máxime si como ocurre en Extremadura somos apenas un millón de habitantes y nuestras ciudades resultan ser como el barrio de una gran urbe. Es la riqueza de este maravilloso oficio cuando se desarrolla en una ciudad como Cáceres o Badajoz (o en una región como Extremadura), conocer de primerísima mano todo cuanto ocurre donde uno vive.

En la redacción de un periódico es fácil hablar de los muertos que no se conocen. La experiencia profesional de años te permite armar un titular con víctimas a una, dos, tres o hasta cinco columnas sin problemas. No estoy siendo un frívolo o menospreciando a los muertos ajenos; cualquier víctima merece idéntico respeto y consideración. Los periodistas --a diferencia de la fama que nos precede en ocasiones-- no somos seres insensibles provistos de un corazón de piedra. Nos entristece y sobrecoge cualquier hecho luctuoso que acarree desgracia o muerte. Sea aquí, sea en Europa, sea en el último rincón del resto del mundo. Pero la información es lo que manda y hay que escribirla y difundirla de la forma más profesional posible. Sin embargo, cuando los muertos son de aquí y éstos resultan un goteo continuo y diario hasta sumar 208 víctimas en apenas 20 días, no hay profesional que lo normalice por mucho bagaje que lleve dentro. Encima muchos son abuelos, nuestros mayores de las residencias de ancianos donde este maldito virus se ha cebado especialmente. La pena supera cualquier atisbo de entereza cuando se comprueba que un día tras otro fallece gente que, encima, no pueden ser velados o despedidos por sus familiares.

No creo que nadie estuviera preparado para una situación así. Dentro de muchos años se recordará esta crisis por las víctimas mortales que acarreó y el mar de calamidades que trajo consigo después en materia económica. Pero también porque la ciudadanía respondió, lo mismo que los sanitarios, demostrando su entereza y entrega para vencer al virus. Y todo ello será posible porque los medios de comunicación estuvieron ahí, como fedatarios de todo cuanto ocurrió. Al menos en lo que concierne a este periódico, ha estado y seguirá estando a la altura a pesar de todas las vicisitudes. Lo digo en nombre de los periodistas de la casa y también del resto del personal en publicidad y administración. Desde que empezó el periodo de alarma allá por el 14 de marzo hemos adaptado todos los sistemas de trabajo para operar desde casa sin tener que acudir al periódico pero, eso sí, saliendo a la calle para poder contar lo que ocurre. En Cáceres, en Badajoz, en Mérida, en Plasencia, en Vegas Altas, en Tierra de Barros, en Coria, en Navalmoral, en Gata, de norte a sur y de este a oeste con toda la red de corresponsales con que cuenta este periódico, quienes están dándolo todo por infomar, por hacer aflorar los hechos y, lo más importante, impedir que el lugar de la información rigurosa lo ocupen aquellos que la usan para intereses espúrios o el lanzamientos de bulos que no pretenden otra cosa que manipular a la ciudadanía.

El Periódico Extremadura cumplió el pasado 1 de abril 97 años, solo nos restan 3 años para alcanzar todo un siglo de vida. Nació en 1923, con lo cual ha vivido toda clase de experiencias, incluida una guerra civil y una postguerra llena de penuria y hambre. Con ello quiero decir que experiencia para afrontar contratiempos no nos falta y grandes dosis de extremeñeidad tampoco. Los tiempos cambian y nos adaptamos, ahora compartimos negocio entre el quiosco e internet. Pero los cánones y reglas del juego siguen siendo las mismas: rigor, imparcialidad, periodismo en suma y compromiso con esta tierra. Que nadie tenga duda que cuanto ocurra se contará, por mucho que los que formamos parte del periódico suframos y lloremos a la vez. Señal de que nos duelen nuestros muertos.