Dulce Chacón ha muerto. Pero nos lega su obra y, lo que es más importante, sus valores humanos. El fallecimiento de la autora segedana, la escritora extremeña con más repercusión nacional desde Carolina Coronado, conmocionó ayer a la sociedad regional y al mundo de la cultura en España, y por ello este hecho merece un análisis más allá de la rica herencia literaria que nos deja. Porque Dulce Chacón era el compromiso social personificado. Con letras mayúsculas. Sin medias tintas. Sin hipocresía política. Con la misma fuerza que encabezaba una manifestación en su Zafra natal para solicitar un hospital público, gritaba no a la guerra de Irak en la Puerta del Sol, leyendo el manifiesto antibélico junto al Nobel José Saramago. Y ahí radica precisamente su gran aportación a la sociedad extremeña y española: poner voz a todo aquel que la necesitó. En este sentido, su última obra, La voz dormida , con testimonios de mujeres represaliadas por el régimen franquista, es un legado literario rotundo y coherente. En estos momentos de dolor para los extremeños, hay que recalcar que la pasión por la vida, el compromiso con los sin voz y los valores humanos de Dulce Chacón estarán presentes para siempre en la historia y en el corazón de Extremadura, y bien pueden dar pie a la creación de una fundación con su nombre. Lo merece.