Cuesta no sentir inquietud y tristeza ante la sentencia que condena a Juana Rivas a cinco años de cárcel y a ser privada de la patria potestad sobre sus hijos durante seis años. Inquietud porque no se ha tenido en cuenta la denuncia por malos tratos interpuesta por Rivas hace dos años. Y tristeza porque esa forzada separación de sus hijos es lacerante. Terrible para tantas mujeres atrapadas en situaciones similares. El caso es complejo y no puede soslayarse que la expareja de Rivas ya había sido condenada por maltrato en el 2009. Es evidente que Rivas cometió un delito al huir con sus dos hijos. Creyó que la fuerza de la opinión pública bastaría para defenderla. Y no ha resultado así.

Es una sentencia que la defensa de su expareja hará valer en el litigio por la custodia que se dirime en Italia. Pese a no ser firme, la sentencia puede influir en la decisión del tribunal. El fallo hace un duro ataque a la «campaña mediática» en la que se embarcó Rivas y afirma que la madre «explotó el argumento de los malos tratos» para retener a los menores sin entregárselos al padre.

El contenido de la sentencia, fechada el mismo día de la vista (el 18 de julio), es demoledor. «Por sus manifestaciones en juicio y por las que hacía en público a medios de comunicación, no cabe duda que Juana Rivas era sabedora de la obligación que tenía de entregar los menores al padre y de forma consciente y deliberada lo incumplió», dice el juez Manuel Piñar. Y reprocha que la mujer alegara haber huido para proteger a sus hijos y a ella misma de los malos tratos «cuando éstos no han sido refrendados por una resolución judicial que los declare probados».

Más allá de los entresijos del caso, resulta significativo los recelos que la condena ha generado. Imposible no relacionarla con las últimas y cuestionadas sentencias por violación. Es urgente dotar a la justicia de una mirada de género. La violencia machista es una tragedia estructural que requiere respuestas particulares. Si no existen, solo crece la desconfianza. Cabe dar prioridad a la protección de la víctima. Los ritmos de la justicia son trágicamente lentos. Las órdenes de alejamiento no frenan el horror. Muchas mujeres maltratadas se ven obligadas a entregar los hijos a su verdugo. La sentencia sobre Rivas dice alto y claro que huir no es la solución. Pero, ¿cuál es? Si la justicia no se convierte en refugio para las mujeres, las condena a la indefensión.