Tal como reconocen las familias de las víctimas, la comparecencia del ministro de Defensa en el Congreso ha servido para hablar definitivamente claro sobre los errores en el accidente del Yak-42, que costó la vida a 62 militares españoles. En la actuación del departamento que entonces dirigía Federico Trillo hubo sin ninguna duda muchas negligencias, falsedades, ocultación de quejas sobre vuelos anteriores en ese tipo de aviones, irregularidades documentales y una intolerable frivolidad en la identificación de por lo menos 22 cadáveres. Los jefes militares que lo consintieron dejarán el servicio activo en el Ejército, como ha anunciado José Bono. Pero hay otras responsabilidades, políticas y últimas, de Trillo e incluso tal vez de José María Aznar, no pagadas el 14-M, porque cuando los españoles votaron desconocían lo que saben ahora.

Efectuar estas valoraciones no es jugar con los muertos. Los únicos que hicieron eso son, precisamente, quienes se llenaron la boca de palabras grandilocuentes hacia ellos mientras no les guardaban el debido respeto. Y son los mismos que, con sus maniobras de todo tipo, son responsables de que el Rey y las familias honrasen en público a unos ataúdes con identificaciones erróneas.