Aveces, que la fotografía de familia sea la mejor noticia de una reunión no es negativo. Desde la visita de Artur Mas a Mariano Rajoy en el 2012, el ‘procés’ ha generado muchas fotos: en el Parlamento catalán, en la Generalitat, en la calle, en los juzgados, en la cárcel. El miércoles, la fotografía mostró a los líderes políticos en la Moncloa -encabezados por los presidentes Pedro Sánchez y Quim Torra- reunidos con la intención de buscar la forma de encauzar el conflicto catalán por vías políticas. De por sí, esa fotografía es una espléndida noticia, largamente esperada, dado que la foto de Pedralbes en diciembre del 2018 no tuvo el rango de la mesa que vivió su primera sesión.

No hubo acuerdos políticos de enjundia en la primera reunión, como era de esperar. Se sentaron las bases del diálogo, se constató la naturaleza política del conflicto y se circunscribió cualquier desenlace al marco de la seguridad jurídica, el eufemismo de marco constitucional acuñado en Pedralbes con el que se sienten cómodos todas las partes porque remite a una flexibilidad que no tiene la defensa a ultranza de la Constitución como un texto irreformable. Pero sobre todo se constató la enorme diferencia entre una delegación del Gobierno central que quiere hablar de asuntos tangibles (los 44 puntos de Sánchez) y la de la Generalitat, que pone encima de la mesa la autodeterminación y la amnistía de los presos. No son diferencias pequeñas, y el abismo que abren entre ambas partes marca la envergadura de la tarea que tiene esta mesa por delante. Pero a pesar de ello, el diálogo ha echado a andar, y mientras exista ese es el marco (una negociación entre líderes y representantes políticos) en el que se dirime el conflicto político catalán.

No hay que pecar de ingenuos. El camino que tiene por delante esta mesa de diálogo es arduo, largo y repleto de obstáculos. En Madrid, el Gobierno de coalición goza de una estrecha mayoría en el Congreso y sufre una oposición feroz y sin cuartel de la derecha, como volvió a constatarse en la sesión de control del Gobierno. En Barcelona, asoma en lontananza una cita electoral en la que el independentismo librará su lucha por la hegemonía, territorio propicio para irredentos y no tanto para pragmáticos. Pero incluso después de la cita electoral catalana, el terreno no estará expedito: encontrar al conflicto catalán una salida política, pactada y con un apoyo suficientemente mayoritario en Cataluña y en el resto de España es un reto de hechuras históricas. El camino que ahora emprende la mesa de diálogo no solo es difícil, sino que para tener éxito probablemente deberá transitar por senderos que hoy tal vez ni siquiera existan. De ahí la importancia, más allá de comunicados y de declaraciones ante la prensa, de esa foto de las dos delegaciones en la Moncloa.