Las ciencias exactas --y la economía que no lo es tanto-- tienen dificultades para calibrar los factores emocionales. Se puede hacer logaritmos con los cálculos económicos pero no con los impulsos del corazón. Y ahora viene el miedo inundando los comportamientos humanos. Tener miedo siempre ha sido un instrumento de dominación porque el temor impulsa a buscar cobijo en quien se supone que es superior. El miedo nos obliga a conductas que no tendríamos si tuviéramos seguridad.

El miedo ahora es a perder un sistema de vida. Quien ingresa en las filas del paro no está seguro de poder salir de ellas. Quien tiene una casa sin pagar tiene miedo a la hipoteca y a la letra pequeña de los contratos bancarios. Quien todavía tiene trabajo tiene miedo a perderlo y todos tenemos miedo de que los sueños que habíamos construido sean aparcados para siempre.

El miedo hay que combartirlo con confianza. Y la primera señal de responsabilidad sería saber que los gestores de esta catástrofe van a pagar por ello porque eso disiparía el miedo de que el caos pudiera volver a repetirse aunque sólo fuera porque quienes tengan esa tentación se lo pensarán dos veces. El miedo se conjugaría sabiendo que nuestra clase política ha tomado nota de que la fiesta neoliberal ni siquiera consigue garantizar que la riqueza de unos cuantos sirve para la supervivencia de todos.

La confianza que disipe el miedo se podría instalar si el estado democrático volviera a recuperar el papel de garante de la redistribución razonable de la riqueza, de la extinción de las diferencias abusivas, de la creación de una sólida base educativa pública que garantice que el punto de partida va a estar más igualado. El miedo se podrá paliar si la ostentación de la riqueza excesiva volviera a estar premiada de una capa de pudor y de temor.

La crisis económica actual es una cuestión fundamentalmente de confianza pero esta labor les corresponde más a quienes han tenido una posición de privilegio durante los años de esplendor económico porque pedir paciencia, mesura, y prudencia a quienes menos tienen y a quienes más pierden sólo es éticamente aceptable si los otros dan ejemplo. Lo demás, es sencillamente inmoral.

*Periodista.