Sin el estancamiento económico no se habría producido la revolución egipcia del 2011, pero con ella, la crisis se ha agravado como demuestra la nueva caída del turismo tras el tímido repunte que siguió al desplome que acompañó la caída de Hosni Mubarak . Egipto es la segunda economía árabe después de Arabia Saudí, y el turismo es básico aunque no es la única fuente de ingresos; la agricultura y las remesas de los inmigrantes son los otros dos pilares. El rápido crecimiento de la población (84 millones de habitantes) y la escasez de tierra cultivable son obstáculos que lastran el desarrollo económico del país. Pero hay otros problemas. Buena parte de la economía está subvencionada y el Ejército controla el 40% de la actividad económica.

Desmontar este entramado y acompañarlo de una auténtica reforma laboral no es fácil. La negativa del depuesto Mohamed Morsi a aplicar las reformas que le pedía el FMI para recibir un paquete de ayuda financiera por 4.800 millones de dólares abortó las conversaciones. Ahora Emiratos Arabes Unidos, Arabia Saudí y Kuwait han ofrecido 12.000 millones. El Cairo los necesita, pero lo que realmente precisa es que vayan acompañados de una auténtica reforma del sistema aunque no sea necesariamente la que pide el FMI. Pero a los nuevos donantes, temerosos del expansionismo de los Hermanos Musulmanes, poco les interesan las reformas. Su único objetivo es asegurar que la cofradía no recupere el poder.