Ni las economías más desarrolladas del mundo, ni las de los países emergentes de más peso encuentran la estabilidad necesaria en datos básicos como para hacer diagnósticos creíbles. No hay techo en la escalada de algunos precios, ni hay suelo en los de otros. ¿Cuánto va a subir el precio del petróleo? ¿Y el de las otras materias primas vinculadas a la alimentación? No se sabe, aunque el oro negro ya ronda los 135 dólares por barril, cuando hace solo unos meses ya causó impacto por haber alcanzado la cota de los 100 dólares. A su vez, ¿hasta qué nivel va a caer el tipo de cambio del dólar frente al euro? Y lo que es más directo para las economías domésticas: ¿cuándo parará la escalada del euríbor?

Son suficientes incógnitas que, en el caso español, han llevado a la contundente caída del mercado inmobiliario --aún más en el porcentaje de ventas que en el del precio de la vivienda--, el del consumo de las familias y, por consiguiente, del crecimiento de la actividad económica, medida por el PIB.

Mal andamos todos, en Europa también, porque donde se ha generado la actual crisis, EEUU, se están tomando medidas cada vez más discutibles. Llevar a niveles ínfimos los tipos de interés a los que presta la Reserva Federal era necesario para evitar el colapso bancario, pero ese dinero barato, según indicios cada vez más evidentes, no lo utilizan los bancos para sanear su cartera de hipotecas que nunca debieron conceder, sino para calentar los mercados de materias primas, desde el petróleo hasta los alimentos de gran demanda global. Así no se soluciona la crisis, sino que se agrava y se extiende.